A mano alzada

 


Por qué estoy siempre yéndome, cerrando puertas detrás de mí, o huyendo de improviso de ámbitos serios, escondiéndome bajo un sombrero de bandido, de manera hosca, como un imbécil. Hace poco me escapé de uno de esos lugares valiosos con mi libreta de apuntes disimulada en el bolsillo interior del saco, dejando unos papeles encima de un escritorio y una absurda nota de despedida. Hasta la silla que ocupaba se debe haber asombrado de mi actitud. Dejé escritos a mano alzada un par de textos casi escolares, de lo más idiotas, mal redactados, desprovistos de un propósito firme, lo cual impedía cualquier lectura sensata. Así de simple, triste y apresurado. Un papelón.

Hubiese querido dejarte un saludo, María, pero mi estupidez y esto de hacer todo sin meditarlo antes me conduce a estas situaciones imposibles de reparar, hiriendo a quien no lo merece. Debí planear otra cosa, por ejemplo, pedirte que vinieras conmigo, a pasear por los arroyos del Delta o a conversar en los bares del puerto. Te hubiera regalado una caja de lápices y un tanto así de hojas en blanco para escribir algo juntos, en un atardecer lluvioso, con una jarra de café caliente y una taza de cerámica llena de azúcar, en alguno de los bodegones del Bajo.

En esa tarde ficticia pasaría gran tiempo mirándote a los ojos. Conocería por fin tu rostro. Seguramente te pediría que me cuentes o que me leas algunas páginas del libro que más te gusta. En esos instantes imaginarios podría verte por dentro, sentir el tono de tu nervio al cantar la prosa y, quizás, tocar el vapor de tu aliento. Porque hasta aquí me da la posibilidad de entender. Sólo me es posible hilar este pensamiento mínimo a la luz de la lámpara de tulipa color crema apoyada en la esquina de la mesa, en esta noche cálida de diciembre, frente a una página con tus palabras escritas de puño y letra, con esas maravillosas palabras que me arrugan el corazón con su delicada caligrafía.


Este cuento pertenece al libro todavía no publicado Lana hueca.

2 comentarios:

  1. Algunas veces lo mejor es irse, salirse del cuadro, sin dar tantas explicaciones. Más que nada para evitar repetirse, las redundancias aburren por demás.

    Saludos,
    J.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Quizás tengas razón, José, muchas gracias por comentar.
      Te mando un saludo.
      Ariel

      Borrar