Cuando llueve sobre las islas

 

Apoyada en el alféizar de la ventana, con las cortinas abiertas de par en par, Elena mira hacia la profundidad de la noche. Apoya los codos y juega con el anillo de oro. Desde la base del anular desliza la delgada alianza hasta el comienzo de la uña. Lo hace casi sin darse cuenta, con el índice y el pulgar de la otra mano. Lo repite una y otra vez, olvidada de su entorno, entregada a otro mundo, entre el polvo de estrellas de sus pensamientos.

Sobre el escritorio que se encuentra en el extremo del cuarto hay una lámpara encendida. Un pequeño cono de esplendor desciende sobre los papeles desordenados en el rincón íntimo. Hace unos minutos ella dejó de escribir. El verso de la poesía quedó inconcluso y la idea ya se ha disipado.

En el resto de la habitación, a través de la pantalla opaca del candelero, la luz convierte el aire en una bruma mortecina que pinta de amarillo pálido todos los objetos, eliminando los ínfimos detalles, suavizando todo.

La figura de Elena está tenuemente iluminada por detrás, y su contorno se recorta dentro del marco, por el cual entra el perfume nocturno de los jazmines. 

El cuarto se encuentra en la planta alta de la casa. Este es su mirador privilegiado. Afuera y debajo está el jardín, y en él, las luciérnagas merodeando entre los rosales. Un poco más retiradas medran las sombras entre los fresnos y las mimbreras. Detrás de ellos se desliza el espejo apacible del arroyo Las Totoras, cerca del recodo, antes de la boca que se abre al cauce furioso del Paraná de las Palmas. A la salida de las islas, reposa el río, el ancho Río de la Plata, donde ahora se baña la luna. 

Elena regresa desde sus pensamientos dispersos a la noche silenciosa de los arroyos del Delta. Deja la ventana, gira y avanza con cierto impulso, hacia adentro, pero, en el movimiento brusco, sus dedos distraídos sueltan la alianza. El anillo rebota y rueda sobre el piso de pinotea, da tres giros sobre sí mismo y queda quieto al pie de la cama. Ella lo recoge, se lo coloca nuevamente y se tira de espaldas sobre el edredón mirando el techo.

¿En qué piensa?

Extraña a su marido. 

Helmuth Ritter es capitán de los cargueros que suben y bajan por la cuenca caudalosa llevando aceite, granos, cargas de todo tipo. En estos puertos fluviales debe adaptarse a los vaivenes del comercio, o al contrabando en fondeaderos clandestinos, si es necesario. 

Hace dos meses que está navegando y le ha hecho llegar un mensaje a Elena: «El viernes estoy en casa. Besos. Helmuth». El jueves ella fue hasta el puerto de Tigre a comprar provisiones. Trajo una botella de vino para brindar con Helmuth por su llegada.

Hoy es domingo. 

Está demorado. 

Elena está acostumbrada a la incertidumbre de la vida en las islas. El clima a lo largo de la traza del Paraná es impredecible. El río es un animal traicionero, un yacaré al acecho que, cuando cierra las mandíbulas, hasta los barcos de más porte quedan atrapados entre sus fauces. 

Los orilleros conocen raras historias de navegantes. Cuando la vanidad los seduce en la charla alrededor del fogón, la superchería ondula en el aire como un juguete peligroso hasta que el temor cede, porque saben que en una de esas lo que se está contando puede ser cierto.

Elena abandona esos pensamientos, se incorpora, se acerca de nuevo a la ventana. Huele a tormenta. Los relámpagos desnudan el cielo con sus fogonazos. Una hilera de nubes se agrupa encima del arroyo El durazno. Las figuras difusas tocan con sus algodones sucios las copas de los árboles. La brisa sacude con fuerza el follaje, el viento sudeste trae malos presagios, el tiempo empeora. 

Elena cierra los batientes, gira la manija del cerrojo y acomoda las cortinas. Luego se desviste, se mete en la cama y lee hasta que se le cierran los párpados. Aparta el libro hacia un costado y de inmediato se abandona al sueño mientras oye el aguacero que se derrama sobre las islas.


Ha llovido toda la noche.

Hoy el sol ha estrenado una mañana espléndida. Elena escucha el ruido de un motor que se detiene. La embarcación de las provisiones ha estacionado en la orilla, tal vez en ella venga su marido. Se apura, abre la puerta y baja al muelle.

Mario, el patrón de la Surubí, se asoma por la cabina y le entrega una canasta. Ella le pide el diario y le paga. En dos maniobras, Mario acomoda la proa enfrentando la corriente, buscando el próximo destino.

Elena entra y apoya la canasta. Luego despliega el periódico sobre la mesa. 

En la primera plana está la foto del carguero que encontró la Prefectura anclado en un banco de arena en Corrientes. Ella se interesa por el artículo. Lee la bajada: «El buque “fantasma” navegaba sin tripulación desde hace una semana, a la deriva, hasta que encalló». 

La nota comienza así: «En el día de ayer se realizó una exhaustiva búsqueda para revelar las causas del suceso. En la cabina de mando se encontró una alianza en cuyo interior tiene grabadas las iniciales E. R.».

Elena está muda por la noticia que tiene delante. Se le ha incrustado como un acertijo macabro en el pecho. Acodada en la mesa, juega con el anillo hasta que lo suelta sin querer. La sortija cae y rueda sobre el piso, da tres giros sobre sí misma y queda quieta al lado de su zapato. La mira. Le parece que la alianza está tan lejos que no podría alcanzarla.

Se pregunta cómo deberá empezar su vida de acá en adelante, de dónde sacará el valor que necesita, adónde irá a preguntar lo que ignora. 

Se lleva la mano a la boca.

Y llora sin consuelo, en forma tan abundante como el agua que se derrama aquí, sobre estas islas, cuando llueve torrencialmente.


Este cuento, publicado en las revistas literarias "Nagari" (EE.UU. Miami, mensual, junio-2020), "El Narratorio" (ARGENTINA, Buenos Aires, mensual, Nro 50, pag 7) y "Vestigium" (MEDIUM, abr. 2019), pertenece al libro Escarcha.

6 comentarios:

  1. Qué poético y qué evocador. Me encanta la forma de describir el lugar, ese ambiente acogedor de la habitación. Y lo sutil que es. Aunque triste.
    Me ha encantado.
    Un saludo

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Hola, Norah.
      El acercamiento a la poética que has podido ver, la atmósfera y, quizás ese ritmo de la narración al que te refieres son elogios que han superado mis espectativas. Te agradezco mucho que hayas dejado por escrito este bonito comentario.
      Un saludo.
      Ariel

      Borrar
  2. Qué maravilla de cuenta. Me ha encantado, me has llevado de la mano a través de las líneas. Me ha encantado como has descrito la ambientación. Un final triste. Besos :D

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Hola, Margarita!
      Es un placer que me hayas dejado aquí palabras de tanta calidez. De seguro que tu sensibilidad ha hecho posible ese "dejarte llevar" porque al fin de cuentas quien lee es quien vuelca sus emociones en el acto de la lectura.
      Besos.
      Ariel

      Borrar
  3. Un placer leerte. He visualizando las escenas como si de una película se tratara. La verdad es que este relato me ha trapado de principio a fin. Qué incertidumbre y a la deriva su vida. Volver a empezar. Deberá Sacar fuerzas.

    Me ha impresionado , has creado una buena narración, felicitaciones querido amigo. Me resulta enriquecedor. Me alegra mucho volver a leerte. Ojala no volvamos a perder nuestras pistas.

    Muchas gracias por acercarte a mi casita. Me ha hecho feliz tu encuentro.

    Besos enormes.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, María. Bonitas palabras, de veras te las agradezco (me alegra leerlas y que queden aquí escritas) porque sé que viniendo de tí son genuinas, porque salen de tu corazón sensible, ese corazón grande que no miente.
      A mí también me ha hecho bien ir a visitarte a ese lugar tan acogedor: tu casa. Y espero no perder la costumbre de seguir haciéndolo.
      Un beso.
      Ariel

      Borrar