Blanca como la espuma


Genoveva, la protagonista principal, sensible y delicada, educada en un colegio religioso de París, es la que ilumina toda la novela. El contexto socio cultural de la época, los mandatos naturalizados de la sociedad masculina, la moral y la educación de la mujer la exponen a intensas emociones.

En un tono intimista se nos cuenta la sinuosidad de los avatares de su historia que transita por momentos de dicha y otros de extremo desconsuelo. El mosaico se despliega a lo largo de tres generaciones, hacia el futuro con la maduración de su hija y hacia atrás con los inciertos recuerdos de su madre. En todo el espectro la actitud de su padre cobra un protagonismo esencial.

Una situación de terrible rechazo y desprecio parte en dos su existencia y decide encarar por sí misma una nueva vida. Con tesón y valentía la logra llevar adelante a pesar de que arrastra consigo una culpa que la sume en sus más hondas preocupaciones. 

Pero aparece una carta inesperada que se convierte en el disparador de las tribulaciones que se ciernen sobre ella. Una tras otra se suceden las circunstancias aciagas que debe recorrer en el camino de regreso al punto de quiebre. Se nos revela la verdadera identidad. El verdadero origen de su sangre y la tensión de los acontecimientos llega al límite y se mantiene hasta el final. 

Ana Madrigal reafirma en esta, su segunda novela, que este es el indudable territorio literario en el cual se encuentra más cómoda para contar. Su prosa segura y cuidada desmenuza los sentimientos de los personajes como si se tratase de separar los delgados hilos de una tela de trama muy apretada, y con tanta certeza, que con el correr de las frases, la personalidad de los mismos va cobrando vida, sustancia y relieve como si fuesen de carne, hueso y emociones.

La disputa entre lo íntimo y lo externo a Genoveva se percibe en la columna vertebral del argumento y esta tirantez es la que dibuja los trazos gruesos y finos de la sensibilidad del corazón y la conducta ética de la protagonista.

La ambientación y la atmósfera que genera la calidad y la claridad de la narrativa invita a participar del texto, desde la comodidad de la interpretación de la letra, como suele ocurrir con las obras de las grandes escritoras. Se advierte esto no bien comienza la novela. De inmediato se produce la invitación al goce estético de la belleza de la escritura y el lector queda atrapado por el arte de la seducción de la pluma en la historia que se cuenta. El léxico se enriquece hacia el infinito, no con el fin de hacer sobresalir la erudición, sino como una herramienta literaria más puesta al servicio del relato.

Casi de improviso nos encontramos en otro siglo, dentro de las páginas adornadas de exquisitas descripciones de época y sin más, nos apropiamos de la veracidad de los sucesos y nos sumergimos conducidos por la mano de la autora en la magia de su literatura. La prosa enamora, discurre a modo de la corriente tranquila de un río de llanura, sin disonancias, con la serenidad y la calidez de una lejana música de cámara, tanto en las escenas en las cuales nos aproximamos hacia la ternura o en las que el drama nos hunde en los tintes más oscuros.

Ana Madrigal describe escenarios como si tuviese un pincel entre sus dedos y emociona cuando sus personajes dialogan porque en la verbalización nos permite oír voces de distintos tonos, según la personalidad de cada uno o las circunstancias, optimistas o desdichadas, que les tocan vivir.

El interés de querer saber cómo continúa la historia nunca decae, sino que se incrementa capítulo a capítulo. El lector no puede dejar de posar con avidez los ojos sobre la hoja. A medida que se aproxima el final desea que esto no ocurra y que la voz que narra no deje de desplegar la melodía deliciosa de las palabras.

Ana Madrigal logra una novela fascinante y magnífica acerca de las vicisitudes del complejo mundo femenino en un viaje de un siglo hacia el pasado, contado en un lenguaje que se ajusta a la época. Sin duda este libro que lleva el sello inconfundible de su estilo la coloca como una escritora al nivel de las mejores que transitan los circuitos de las editoriales reconocidas.



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6 comentarios:

  1. Querido Raúl:
    No tengo palabras para mostrarte todo mi agradecimiento por tu texto sobre mi pobre novela. Has conseguido emocionarme hasta cerrarme la garganta, repleta de lágrimas. Te leo y no reconozco en tus palabras a la Ana real, sino a la que quisiera ser, pero a quien dudo mucho que llegue a parecerme aunque sólo sea un poco algún día. Como siempre, tus palabras son para mí un acicate para esforzarme en escribir mejor, con la esperanza de merecer una sola frase de ese escritor que tanto admiro y que considero mi maestro; ese sensible escritor que se llama Raúl Ariel.

    Con todo mi corazón, un abrazo muy grande

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    1. Ana, te puedo asegurar que tu novela me ha fascinado profundamente. Has hecho un trabajo espléndido y me he puesto muy, pero muy contento, porque te ha quedado magnífica. Mis mejores deseos para que el camino que tiene por delante te de las mejores satisfacciones.
      Te mando un beso muy grande y a disfrutar.
      ¡Enorabuena!

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  2. Una excelente reseña, Ariel, te felicito por la claridad del análisis sobre la historia y las apreciaciones de la prosa tan pulida de Ana. Sos un gran compañero.
    Un abrazo grande para vos y otro para Ana.

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    1. Sí, Mirella, todos los elogios para la novela de Ana. Hay allí talento, trabajo, belleza, imaginación y sólidas herramientas literarias. Una lectura para recomendar, sin ninguna duda.
      Un abrazo, Mirella!!
      Ariel

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  3. ¿En qué época esta ambientada?
    Aunque suele leer pocas narrativa histórica, más que nada por cuestiones de formación profesional...

    Saludos,

    J.

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    1. Está ambientada a fines del siglo XIX y principios del XX. Ana ha escrito una bellísima novela romántica con anclaje en esa época. Aunque no es una novela histórica te encontrarás con hechos y personajes que pertenecen al acontecer histórico de Cuba, España y Francia.
      Saludos, José.

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