El violín



Noviembre de 2018


I

Todos los noviembres ocurre un fenómeno que perfuma de poesía las calles de Buenos Aires. De repente, un día cualquiera, aparecen las veredas pintadas. Una capa de color en la cual yacen esparcidas las motas apretadas ocultando las baldosas, debajo de esos árboles, como si hubiesen llorado toda la noche, mojando el piso con sus lágrimas, por algún desconsuelo que desconocen los hombres.

Cuando llega la hora del crepúsculo, el sol va desmayándose con sus rayos naranja, las arterias de Palermo se tiñen de una penumbra rosada, y esos relumbres ya tibios, producen un efecto asombroso, único, iluminan las flores caídas de los jacarandás, que forman un tapiz lila intenso, lo cual seduce a pensar, que las han coloreado los ángeles. 

Del mismo modo el amanecer brinda un escenario fluorescente, que despierta una especie de agitación en el río. Desde las copas semiesféricas de estos árboles, de hojas verde musgo, caen estas trompetitas violáceas, como si fuesen gotas de rocío, derramadas de los párpados de mujeres hermosas, de tallos alineados, con dedos cargados de flechas, parecidos al helecho, de foliolos diminutos y afinados, similares a los de los pinos.

Pero en este mes, además de la maravillosa metamorfosis que ostenta en todo su esplendor la Naturaleza en esta ciudad, hay desdichas y hay diosas que reparan daños en la vida de los hombres que aquí viven. En forma misteriosa ocurren sucesos, y tendrá lugar aquí uno de esos acontecimientos mágicos que enlazan a las almas que padecen, con los movimientos de las estaciones, con las flores que en este momento caen como lágrimas azules de estos espléndidos árboles.

Este es el espectáculo que ve el polaco Jedrek, cuando llega, con su convertible blanco, a su departamento que está frente al Jardín Botánico, sobre la avenida Santa Fe. Generalmente vuelve de madrugada. Es el dueño de uno de los clubes nocturnos más elegantes de Buenos Aires, “Rinoceronte”, y del bar más conocido de Constitución, “Trópico”. Es un tipo seco, de cabello rubio, tiene la mirada helada incrustada en sus ojos claros, no le gusta hablar mucho con la gente, tiene cincuenta y tres años de edad.

Lo conoció a Tilo cuando éste era un pibe de diecisiete años, en la época en que vendía ramitos de pensamientos en el Bajo. En ese entonces, les hacía los mandados a las chicas que trabajaban en la calle Salta, en los tiempos en que recién empezaban a prosperar los negocios. Ahora tiene treinta y cuatro, es el encargado de Relaciones Públicas y su socio, en especial del club que está en Barrio Parque, el sitio donde vive la clase más adinerada de la ciudad. 

Es su mano derecha, le tiene confianza. Se ocupó de él como de un hermano menor, lo sacó de la villa y lo ayudó a terminar los estudios, él trabaja en sus locales, sabe cuidar a las chicas, conoce la noche. A veces lo manda a supervisar a los encargados del boliche de Constitución. Es joven, pero sabe tratar con la policía. Además, controla que la droga no se mezcle con los empleados y también le hace de guardaespaldas. 

Hace poco le compró un departamento de dos ambientes, a media cuadra del suyo, sobre la misma avenida. Ahí Tilo escribe en su tiempo libre, le gusta hacerlo al amanecer cuando llega de trabajar, aquí tiene sus libros, y muchas veces lo hace escuchando música suave, para animar a su inspiración. La ventana de esta habitación, da de lleno al Jardín Botánico, a este lago amplio de plantas y pájaros. A veces, de día, va a sentarse a leer en alguno de los bancos que hay en los senderos de ese parque, en especial a los que están cerca de la “Columna del Tiempo”, ese enigmático monumento austro-húngaro que, en su parte superior, en épocas pasadas, marcaba la hora de las principales capitales del mundo, con el reloj de sol, la bóveda celeste y el círculo zodiacal. 

El parque es un triángulo boscoso bordeado por Santa Fe y Las Heras. Es un lugar casi mitológico que conoce y visita con frecuencia, con miles de árboles, plantas y arbustos de todas las especies, cuatro invernaderos escondidos entre la densa vegetación esparcidos por el predio, y el invernáculo principal vidriado de estilo “art nouveau” con estructura de hierro forjado pintada de color negro. Al principio, cuando hacía poco tiempo que se había instalado en este barrio, se quedaba asombrado durante horas ante esos prodigios.

Nunca le contó al polaco de las historias míticas que todos conocen en el barrio, de las viejas que van a alimentar a los gatos que se esconden en los recovecos, y de los fantasmas, que se ven por la noche, porque a Tilo no le gustan ni los gatos ni los fantasmas, él es de ángeles y duendes. Además, no es conversación que le interese al frío corazón de su socio.

En el centro del bosque está el edificio principal de estilo inglés que siempre le gusta observar, con la caprichosa forma de un pequeño castillo de libro de cuentos, con ladrillos rojizos a la vista, diseñado y construido en 1881.

Diseminadas como al azar hay esculturas que nunca se cansa de mirar, esparcidas por los canteros, y en uno de los extremos del parque, puede ver las esculturas del conjunto llamado “Pastoral”, que representa a tres de los movimientos de la sexta sinfonía de Beethoven, que es el compositor favorito de Jedrek.

En el centro de la fuente llamada “La Primavera”, en la parte noroeste del jardín, se encuentra la “Ondina de Plata”, una escultura de una ninfa de agua de la mitología escandinava. Está realizada en mármol, semidesnuda, y él siempre se detiene a observarla con cuidado, porque le parece que el escultor ha logrado la figura de una joven bellísima. 

Le gusta imaginar que pertenece a la cultura griega, en vez de la nórdica, porque dice que la griega le otorga más encanto. Aunque para aquellos eran deidades femeninas menores, siempre sostuvieron que estaban destinadas a cuidar de jardines, fuentes, y arboledas como ésta. Esta historia le cierra mejor que la otra, y se promete agregarlo a las anotaciones que está haciendo, piensa introducirla en el cuento que tiene a medio hacer.


II

Ni él, que es una de las pocas personas cercanas, le ha conocido alguna mujer a Jedrek, desde que llegó al país, porque es un tipo que tiene el interior devastado. Nunca pudo olvidar a su esposa, que murió de un mal terrible en la tristeza invernal de Los Cárpatos. Desde aquel acontecimiento ha caído, con el paso de los años, en la desolación, ese oscuro estado del alma. 

Cuando Elka murió, él pidió que la cremaran, y antes de venir a afincarse en Buenos Aires, le encargó a la vecina de la casa de su pueblito natal, cerca de aquellas montañas de Europa del Este, que le guarde la urna provisoriamente. Todos en el club saben que Tilo fue el que se encargó de traer la caja, con las cenizas a la Argentina, y que también lo convenció al polaco, para que las enterrara al pie de un árbol, que estuviese en el Botánico, cerca de la fuente. 

Le dijo que era de buen augurio que la ninfa cuidara esas cenizas, porque algunos poetas, le comentó en ese momento, han sostenido que ellas son inmortales y se mantienen siempre jóvenes. De manera que era el mejor sitio en el cual el alma de Elka estaría a buen resguardo. Él leyó en los libros, que esas deidades son ondinas acuáticas, por lo que considera que están relacionadas con las nereidas, como las que están en la parte superior, de la fuente de Lola Mora, en la Costanera Sur, la fuente a la que él va siempre a pedir por su madre. Y él tiene una fe inquebrantable en que algún día la va a encontrar, que la va a recuperar para siempre, y es por eso que quiere entusiasmarlo, es por eso que lo va a llevar a ese sitio que es como un monasterio, es el lugar sagrado a donde va a rogar, es su Muro de los Lamentos al que va a pedir que se cumpla el deseo más importante que persigue, en su todavía corta existencia.


III

El polaco decidió interrumpir su intercambio emocional con el mundo a partir de la muerte de su esposa. Cerró de ese modo la puerta de su corazón, quiso arrinconar allí, solo los buenos recuerdos de Elka. Hace dos años hubo una mujer, que quiso colocar una semilla de amor, en la aridez de su espíritu, pero sus elementos afectivos están tan dañados por el dolor y la culpa, que no permiten que en ese lugar crezca ninguna flor, y de inmediato desatan huracanes que destierran cualquier intento. 

Ese movimiento eterno que anida en su alma, le incrementa el rencor contra sí mismo, lo lleva a la indolencia, le cauteriza cualquier sentimiento. Está agrietada por dentro, como un campo yermo donde nada crece, y ya ha pasado tanto tiempo, que hasta los recuerdos de su amada Elka, ya se le están atrofiando. Es un páramo, es una persona casi vacía.

Cuando comenzaron a caer las primeras flores púrpuras de los jacarandás de la avenida Santa Fe, empezó a tener problemas para poder dormir, daba vueltas y vueltas en la cama, hasta que una noche tuvo la revelación que nunca hubiera imaginado.

Se levantó y fue hacia la ventana, que daba al Jardín Botánico, porque quería saber de dónde venía ese sonido familiar, que le trastornaba el sueño. Era un sonido de violín que venía de afuera, se asomó ante la inmensidad verde, que se extendía quieta delante de él, y se dio cuenta que venía de ahí, cerca del lugar donde estaban las cenizas de Elka. 

Estuvo un rato mirando la arboleda en la quietud de la noche, y el sonido se fue apagando hasta el silencio. Cerró la cortina despacio, se pasó la mano por la barbilla, volvió a la cama, dejó la Beretta 9 mm sobre la mesa de noche, apagó la luz y pudo conciliar el sueño, después de un tiempo y con alguna dificultad. 

Es una persona que se da pocos gustos. Le atrae mucho, por ejemplo, escuchar música en la soledad de su habitación. Se inclina por la de los clásicos alemanes, los dramáticos como Wagner, los rusos, o los melancólicos italianos, pero sobre todo le agrada Beethoven. Las noches siguientes, sentado en el sillón, o estando ya en la cama, le llegó en algún momento ese sonido suave que no termina de identificar. 

Es la melodía de un violín que brota desde la oscuridad del follaje y se cuela por su ventana, a veces se trata de una melancólica aria de Bach, y a veces es un murmullo triste en el aire nocturno, el adagio en sol menor de Giazotto, según sea el estado del alma que viene a sensibilizarlo. 

La tercera noche que se asomó para escuchar el sonido, pudo ver una claridad entre las ramas, que desde la distancia no podía definir. Se vistió, bajó, y arrimado a la reja negra del parque, pudo ver de dónde venía. Trepó por los barrotes sin hacer ruido y saltó al otro lado, luego fue avanzando por los canteros. Fue ahí cuando la divisó entre los árboles. Era nítida la figura de su esposa joven, vestida solamente con un camisón blanco, casi transparente. Llevaba el pelo suelto hasta la cintura, frotaba el arco en las cuerdas del violín que tenía aprisionado, entre el mentón y el hombro, arrancando las notas del instrumento con los ojos cerrados. Estaba parada al costado de la fuente de la ondina.

Estuvo quieto, incrédulo todavía, mientras sonaba la música, con los músculos en tensión, la mandíbula apretada, apoyado en el tronco de un pino para no desvanecerse de la emoción que se le había atorado en la garganta. 

En esa condición estaba cuando, como un manantial que brota después de siglos bajo tierra, con la fuerza contenida de la lava de su dolor, comenzaron a resbalarle las lágrimas por la cara, sin que atinara a secarse, espantado y embelesado como ante la figura de un ángel, fascinado por el espectáculo que se ofrecía a sus ojos. 

Sabía que la imagen que estaba viendo, tenía todos los atributos de la realidad, estaba seguro que no era una alucinación. Con el pecho oprimido por la angustia, tuvo la aguda sensación de sufrir un cataclismo interno, como un rayo que le recorría todo el cuerpo. 

Se tomó las sienes con las dos manos, y con su cabeza a punto de estallar, cayó de rodillas en el pasto húmedo. 

En esta postura, sin desviar la mirada que sostenía sobre Elka, fue viendo cómo se desvanecía su imagen al mismo tiempo que acometía los últimos compases de la pieza. 

Esa noche no durmió de tan extenuado que estaba.


IV

A la mañana siguiente decidió hablar con Tilo. El muchacho, que es muy perceptivo, se dio cuenta de que el polaco tenía un tema entre manos, era cerrado, le costaba decir las cosas, entonces le propuso que se cruzaran enfrente. Vienen juntos a veces aquí, a pasear por los senderos internos de trozos de ladrillo rojo, cuando tienen un problema de difícil solución, caminar por aquí les hace pensar mejor, el chico dice que hay una mejor “energía”, y en eso coincide con Selva. 

En el centro de este bosque fascinante en medio de la ciudad, el silencio reina entre las plantas, no se escucha el ruido del tránsito de las avenidas, solo los trinos de todo tipo de pájaros perforan la atmósfera vegetal, la plenitud de los aromas de flores calma angustias y soledades, aquí se puede conversar en voz baja, como en una biblioteca.

—Decime…anoche… ¿escuchaste un sonido de violín que venía desde los árboles de enfrente? Suavecito…

—No… —Tilo giró rápidamente la cabeza para observarle el rostro desnudo, y lo vio al borde de una revelación—, es rara la pregunta que me hacés, ¿y qué sentiste en ese momento?

—Físicamente nada, comenzó diciendo con una zozobra interna, un malestar…

—Sí, seguí.

—Primero pena, y después una culpa gigante que no puedo explicarte con palabras, luego fue creciendo una bruma intensa en mi cerebro que no pude ver con claridad, creí que no lo iba a poder soportar hasta que terminó la melodía, me había tomado la cabeza con las manos y tenía los ojos cerrados —dijo repitiendo el gesto—, no sé si me creés.

—Por supuesto, no lo dudo —dijo. Y asintiendo con la cabeza, le puso la mano en el hombro—. Estás temblando polaco, tranquilo, es una señal que trae buen augurio.

Así quedó cerrada la conversación, pero Tilo salió cavilando del jardín, y se quedó pensando largo rato en su departamento.
A Jedrek lo acosa la culpa, pero ya no huye de su fantasma, la desolación de su alma por la desaparición de su esposa es una batalla que ya tiene perdida, está con el espíritu resignado, no busca nada, el rencor contra sí mismo le paraliza los sentimientos, está casi vacío de ellos. Ni siquiera la tristeza se atreve a esa soledad, tiene su interior deshabitado de todo. 

En la noche de Buenos Aires se encuentran tipos como él, pero generalmente encallados en las barras, o en las mesas de los bares, metiendo los dolores en un vaso de alcohol, o en las líneas de la cocaína, para poder seguir, porque solos no pueden. Él, en cambio, es un tipo duro, porque puede sin esas ayudas, y, además, aún espera el milagro de llegar a una situación límite, una que le ofrezca la oportunidad de darle el último desenlace a su vida.

Tilo no, porque él nació entre las latas, las botellas, la basura, en un hogar destrozado de entrada, el único amor que tuvo fue el de su madre, a la que va a seguir buscando, la va a perseguir hasta que se muera, y en esa tarea va a colocar toda su fortaleza. Todas las mujeres son ella, la vida que tiene por delante es un cielo lleno de estrellas por descubrir.


V

Todo el día siguiente Jedrek se lo pasó pensando. Al fin se decidió y la fue a ver a Selva, la que tira las cartas y que vive en el mismo edificio que él, en el último piso. Tocó timbre y ella lo hizo pasar. Siempre tiene las habitaciones en penumbras, es habitual el fuerte aroma a sahumerios de la India que llena el ambiente. Ella es una mujer mayor que él, de rasgos finos, alta y seductora. 

El rostro de rasgos delicados, rímel color negro en las pestañas, sombra violeta en los párpados, carmín en los labios, de donde sale una voz cálida que se ondula suave, casi cantando, la cabellera negra recogida en una trenza. Se sentó en el sillón y le clavó una mirada inquisidora buscando que le dijese a qué había venido. El polaco le contó lo sucedido esa noche y lo que había visto.

—Selva, estoy loco, la veo —dijo casi en voz baja, abriendo los ojos, moviendo la cabeza para todos lados como si alguien pudiera escucharlos.

—Está en otro plano, querido… es una buena señal —le respondió ella, con una sonrisa, recostándose en el sofá, invitándolo a que se relajara. 

—Sacámela de la cabeza.

—Bueno, tranquilo...mirá, tenés que elegir.

—¿Elegir qué?

—O te quedás o te vas con ella, no es una decisión fácil, tomate tu tiempo, no tenés porqué hacerlo ya.

Y ahí Selva le explicó cómo era el tránsito por ese lugar que no es ningún lugar, es un no lugar, donde el tiempo y el espacio se quedan sin dimensión definida. Y él fue entendiendo que se trataba, ni más ni menos que de entregar su vida a la muerte. No era un negocio más en la vida del polaco. Se trataba de entregar el cuerpo y borrar la culpa, recuperar a su mujer, ambos en espíritu, debido a lo cual tenía que pensar en no fallar en la redención y en las deudas que debía atender, en pensar muy bien esa jugada.

Ese fue el momento en que la mente atrancada de Jedrek se destrabó, como si esa mujer le hubiese puesto aceite a su mecanismo sentimental. Y empezó a funcionar de a poco. Él, en cierto modo, ya lo había decidido antes de ir a verla, estaba entregado a lo que ella dijera, de modo que va a empezar su búsqueda, para alcanzar el plano que ella le ha mencionado, el que lo aísla del mundo donde se encuentra Elka. 

No ha perdido la calma, la puerta del arcón de los recuerdos, que tiene cerrada hace muchos años, empieza a abrirse. El llano de la desolación comienza a disponerse a que lo ilumine algún lucero del cielo de la esperanza.


VI

La noche siguiente va con Tilo, a la fuente de Lola Mora. Se sienta con él a unos metros del monumento y observa la obra de arte. Es una magnífica valva, en la que hay tres tritones con caballos del séquito de Poseidón, que custodian el centro. Allí se alza una roca sobre la que se encuentran las dos nereidas que sostienen a la diosa Venus. 

Ninguno de los dos sabe el nombre de ellas, cuál es cada una entre las cincuenta conocidas. Pero Tilo ya ha decidido que es Galatea, la que está más cerca. Le cuenta la historia de las hijas de Nereo, que acompañaban a las almas de vivos y muertos a la Isla de los Bienaventurados. 

Y se confiesa diciendo que siempre viene a verla, a la que está en primer plano, la que se encuentra adelante, y siempre le pide que vaya en busca del espíritu de su madre para traerla aquí a Buenos Aires. Ahí hace una pausa, con un nudo en la garganta, y lo mira a los ojos al polaco, lo observa buscando en la profundidad de sus pupilas agrandadas. Jedrek quiere que siga contando, pero no se lo dice, sigue con los labios cerrados en el silencio de la noche, bajo la inmensidad de la luna que ilumina la fuente. Lo envidia sanamente porque sabe que tiene suerte, el alma de su esposa lo ha venido a buscar, pero él todavía tiene que seguir esperando, por su madre. 

Tilo está pensando, mientras gira lenta la rueca que hila en su memoria, que fue Galatea la que llevó el recado a la ninfa del Botánico, esa orden de desatar el espíritu de las cenizas. No lo dice, pero está convencido. En sus libros ha leído que los navegantes españoles que han circulado por estas aguas marrones, también han visto nereidas y, que todas las aguas, mares y ríos en algún lugar deben unirse, que el tiempo no existe y que la mitología es verdad. 

Se quedan un rato más en silencio y emprenden el regreso.


VII

El polaco la va a ver a Selva, esta noche ella le va a decir lo que tiene que hacer.

—¿Ya te decidiste?… ¿qué querés hacer querido? Decime.

—Me voy con ella.

—Bueno… yo ya te preparé algo para que tomes…pero antes te cuento una historia.

Ella ya se ha anticipado, sabía que la tentación de Jedrek era muy fuerte y no iba a desistir, lo conocía bien, había mirado muy profundo sus ojos cuando había venido la primera vez. Mientras le coloca en la palma de la mano el preparado, le cuenta casi en susurros la leyenda guaraní.

—Hubo un muchacho indígena que se enamoró de una hermosa española llamada Pilar, y el padre, cuando los descubrió juntos, los mató a ambos por celos —hace una pausa, pero no baja la vista de la frente del polaco, que está encandilado todavía con la mano extendida—, después, el mismo padre, se arrepintió y fue a buscarlos al lugar del asesinato. Allí, en vez de los cuerpos de la pareja, encontró un espléndido árbol de jacarandá. 

Selva le dice que el té de flores lilas, éstas que tienen forma de campanita, lo va a elevar en su viaje que lo conducirá a la unión con Elka, que va a quebrar la ausencia y sanar la culpa, que lo va a acercar a ella al lugar donde el tiempo se desvanece en la eternidad, y eso es música que llega desde el cielo para iluminar su futuro.


VIII

El polaco comenzó a tomar el brebaje con rigurosidad antes de ir a costarse. Trataba de ser constante, no quería fallar, se le había despertado una confianza ciega en las artes de Selva, a veces sus pensamientos se remontaban a los recuerdos de su niñez, en su memoria conservaba las hazañas que lograba la anciana de su pueblo natal con sus hierbas, sus pócimas y sus pomadas sanadoras, que tenían poderes sobrenaturales y curaban enfermedades que los médicos no podían. 

Al principio se le comenzó a agriar el ánimo porque no veía ningún avance, lo cual le duró varias semanas, y estuvo a punto de dejarlo de lado y olvidarse del asunto. Luego se puso más parco que de costumbre, se iniciaron los cambios más positivos y se le empezó a aliviar el alma, con la música que le hacía llegar su esposa. Al menos eso es lo que él siempre le comentaba a Tilo. Cambió mucho desde entonces, porque siguió imaginando que veía a su mujer, y la soñaba siempre con el violín de abeto soltando melodías todas las noches.

En el momento en que cayó la última flor lila, ya desaparecida la alfombra azul de la vereda, cuando se distinguían claramente los frutos, en forma de castañuelas, en una noche calurosa de enero, él decidió que era el momento de irse con ella. 


IX

Fue Tilo el que encontró el cuerpo sin vida de Jedrek en su departamento. Tendido boca arriba, parecía dormido y presentaba, cosa rara porque su cara era inmutable, una sonrisa en la boca. Y fue él quien se ocupó del trámite de avisar a la seccional. Se lo comunicó a Selva con un breve llamado. Al rato ya estaban allí el inspector de la comisaría veintitrés, con el que hablaba casi todas las noches por los asuntos del club nocturno, y el médico que vino con la ambulancia que estaba estacionada abajo. El forense dijo.

—Muerte natural.

Una vez que terminaron todos los procedimientos, Tilo se puso a escribir esta historia. No estaba triste por la muerte del polaco. Así todo estaba mucho mejor, lo iba e extrañar, eso sí, pero estaba animado porque pensaba que Jedrek estaría sonriendo, por fin se había quitado la enorme espina de la soledad que llevaba clavada en su corazón. Encendió la luz de la lámpara de su escritorio y un esplendor iluminó la ventana. Se sentó y comenzó a teclear. Su rostro pecoso de aristas finas tomaba una apariencia color canela bañado por la lumbre de la pantalla, la mirada gélida de sus ojos celestes parecía más cálida esta noche. 

Había escrito unas pocas líneas. “La culpa nace de la íntima convicción de que se ha cometido una falta terrible, un daño irreparable. Es un sentimiento atroz que pudre el alma día a día, la vida se convierte en un buque que naufraga sin hundirse, una jeringa que inyecta veneno en las venas del adicto. Porque el que carga con la culpa no reflexiona, no puede, solo siente y padece sus estragos ¿Y quién puede juzgar a ese hombre culpable? Solo los dioses, no es materia que esté al alcance de la sabiduría de los hombres.” 

Y en eso estaba cuando empezó a escuchar una suave melodía que venía de enfrente. Se levantó, fue hacia la ventana y desplazó la cortina con la mano, miró hacia el follaje, allí, entre los árboles del Botánico, luego tomó las llaves y caminó hacia la salida, había decidido bajar a la calle a ver si veía algo.

Abrió la puerta y sintió que había pisado un papel doblado, lo abrió y reconoció la letra ganchuda del polaco. Era una carta de despedida, y en ella le dejaba un mensaje para él y para Selva. En ese trozo de papel colocaba su última voluntad, y le pedía al muchacho que le dijera a ella que ya había llegado, que estaba con Elka y que iba a mandar una señal.

Tilo se lo fue a decir a Selva y regresó. Esa noche de verano la calma era total, salió al portal de su edificio, apoyó la espalda en la columna, y miró con interés hacia las plantas. Luego se acomodó mejor, con ese gesto que conservaba de niño. Se sentó en el escalón amplio de la entrada, recogió las rodillas y las juntó, tomándolas con ambas manos. 

Vio que ya no estaban los capullos azules de forma tubular de los jacarandás en la vereda, ya había terminado la floración en la ciudad de Buenos Aires, cumpliendo con los delicados designios que van marcando el ritmo de las estaciones, y entonces percibió que algo mágico estaba por suceder. 

No vio ninguna luz entre el follaje, pero empezó a escuchar el aria melancólica, sonando en las cuerdas de un violín cuyo timbre particular, tan conocido, buscaba el sendero para salir por el borde de las hojas, desde ahí enfrente, filtrándose suavemente entre las ramas que se mecían al calor de la noche. 

Miró hacia arriba y vio la silueta de Selva acodada en la ventana con la mano jugueteando entre sus cabellos. Ella miraba hacia el mismo sitio que él, justo hacia el mismo punto, más allá de las rejas perimetrales, entre los árboles del Jardín Botánico. 

Ella y Tilo, ambos, buscaban con los ojos el lugar de donde provenía ese sonido, esa música que no dejaba de arrancarles, una sonrisa de satisfacción.

28 comentarios:

  1. Nunca he coincidido con esa explosión de color en tu ciudad y quizás no la vea jamás,... pero estoy seguro que sí la asociaré con esta bonita historia. Estupendo relato +R Ariel

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    1. Te diré que es un fenómeno fascinante, sobre todo para las personas amantes de la Naturaleza, como es tu caso, yo creo que tú lo sabrías apreciar en todo su esplendor. Muchas gracias por pasar por aquí y por tus elogios, por supuesto ¡Es un placer, Norte!
      Un gran saludo.
      Ariel

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  2. Qué historia tan bonita, Ariel. Tiene el romanticismo de las leyendas de Bécquer, su poesía con el toque de sensibilidad tan tuyo que siempre me emociona. Un beso

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    1. Sí, Ana, me parece que ha salido romántica, me alegra que te haya gustado. Tu lectura y tu opinión son muy importantes para mí, siempre es un placer que te llegues hasta aquí, el día que eso no ocurra, ten por seguro que este sitio me parecerá despoblado. Muchas gracias por tus elogios.
      Un beso.
      Ariel

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  3. Hay ausencias que matan a esas almas que no pueden con el cóctel de soledad y rencor hacia sí mismo. Por eso el polaco no pudo ahogar su dolor en un vaso de alcohol como hacían otros.
    Me ha impactado mucho ese hecho de tener que decidir si "entregar su vida a la muerte"...
    Cautivador relato, Ariel. Escrito con suma delicadeza, aderezada con colorido en todas las descripciones y con dosis de intriga hasta llegar al desenlace. Enhorabuena por un texto tan conseguido.
    ¡Un beso y feliz fin de semana!

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    1. Es verdad Chelo, hay combinaciones explosivas como la soledad y el rencor, como tu dices, que ponen en decadencia a los que las padecen. El personaje tiene todo esto y un sentimiento de culpa casi infinito porque ha abandonado a su esposa cuando más lo necesitaba, y ella ha muerto, no tiene posibilidad de pedirle perdón en esta vida. He querido darle la oportunidad de calmar su dolor por medio de la fantasía. Creo que entregarse a la muerte es el precio que decide pagar ante el llamado de ella para redimir su falta.
      Me alegra mucho que te haya cautivado el relato. Que tengas también tú un bonito fin de semana.
      Un beso.
      Ariel

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  4. Hermoso relato, Ariel. Has añadido a esas descripciones líricas y preciosas tan características tuyas, un toque de fantasía y romanticismo que hacen que sea una historia redonda. Me ha gustado mucho como has introducido la culpa, tan presente en todo el texto, y como detallas a ese personaje que es el polaco, con su corazón frío y roto. También el contraste entre la cruda realidad de las noches regadas de alcohol y drogas y el ensueño en el que están envueltos los protagonistas.
    Un deleite, como siempre leerte, Ariel.

    Te mando un enorme abrazo.

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    1. La culpa, como bien dices, es el núcleo central de la historia, y el polaco es un hombre que no tiene posibilidad de pedir el perdón de su esposa, a la que él siente que ha abandonado en la peor de las circunstancias, aunque la haya dejado al cuidado de una vecina. Ha dejado previsto la asistencia material durante su enfermedad, pero se ha ausentado y eso no lo puede olvidar, es la culpa que carga y por la cual se va a entregar a la muerte. Es muy grato todo lo que dices acerca del relato, Ziortza, me produce una gran satisfacción que lo leas tan bien y llegues hasta todos los detalles, cosa que habla de la sensibilidad que tienes no solo para la lectura de buen ojo sino para escribir tan bien como lo haces. Es un placer contar con el comentario que me has dejado.
      Yo también te mando un afectuoso abrazo.
      Ariel

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  5. Entre fantasías diseñas y creas esta hermosa historia tan apasionante, llena de romanticismo con toques de tristeza, mezclas que sabes conjugar a la perfección dándole pinceladas de metáforas, osea, exquisito.

    No conozco tan bellos lugares que describes, ni los conoceré, seguro, así qué, gracias por acercarme un poquito a ellos, querido.

    Un besito y un abrazo, Ariel, hasta tu orilla.

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    1. Querida Yayone, gracias por pasarte por aquí. Es verdad, es un relato que menciona muchos lugares de esta ciudad a la que tanto quiero, y a la que le he puesto la fantasía para aplacar la tragedia del personaje. Y ha salido romántico, como tu dices, y un poco triste también, tal vez con la melancolía porteña que es como un sello que tenemos.
      Te mando un gran beso desde aquí.
      Ariel

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  6. Es un relato muy bueno, Ariel, con mucho lirismo y un clima netamente romántico.
    Las descripciones son impecables, aunque, en mi opinión, hay demasiadas y algo extensas que diluyen un poco la historia.
    También me parece que no cabe, dado el enfoque inmaterial, lo de la carta que el polaco le escribe a Tilo. No es necesaria esa aclaración, ya que después el muchacho sigue escuchando la música que sale del Botánico. Ésa es la señal.
    Espero que no te molesten estas consideraciones, Ariel, pero vos ya te habrás dado cuenta que soy obse y perfeccionista y creo, sinceramente, que el relato pierde fuerza por lo que te mencioné.
    Un gran abrazo.

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    1. Muchas gracias, Mirella, por todo lo que me decís, sos muy buena observadora y leés con buen ojo desde tu experiencia. Todas las observaciones me vienen bien porque me aportan, lejos de molestarme tu crítica me enriquece. Para poder avanzar tengo que equivocarme y es un lujo tener una mirada como la tuya para rectificar errores, de los cuales yo solo no me doy cuenta. Es alentador para mí que vengas a leerme, ojalá que lo sigas haciendo, para el elogio o para la crítica sana, como la tuya.
      Te mando un gran abrazo.
      Ariel

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    2. Te lo digo porque escribís muy bien, Ariel y, porque en su momento, también me lo hizo notar gente muy entrenada para eso. Yo sigo comentiendo errores y me gusta que me los marquen. El camino de la literatura es muy exigente y riguroso.
      Me alegra que no te haya molestado.
      Un abrazo.

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    3. Está todo bien Mirella. A este relato le tengo mucho cariño, ya tiene un tiempo, lo subí en tres sitios, lo corregí tres veces y en la última reescribí buena parte de él. Si lo subo es para exponerlo, consciente de que va a recibir críticas. La tuya es muy valiosa porque sos muy buena observadora. Afortunadamente para mi venís a leerme y a comentarlo, gracias de nuevo.
      Un abrazo.
      Ariel

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  7. Un relato muy bueno, muy bien como has metido ciertos elementos... me quedo siguiendo tu blog ,yo también tengo uno por lo que te invito a el, besotes.
    " estoy entre paginas"

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    1. Bienvenida Cristina, me alegro que mi relato te haya interesado, y acepto tu invitación. Estaré pasando por tu blog, a ver que cosas lindas puedo encontrar allí.
      Un beso.
      Ariel

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  8. Una exhibición narrativa en toda regla, una lección de dominio del lenguaje escrito y una muestra de autor con voz propia. La historia bien podría firmarla Bécquer o Darío. Un estilo poético que gira a través de una historia con un componente sobrenatural que esconde algo tan mundano como es la culpa. Saludos!

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    1. ¡Hola David! Muchas gracias por tan elogioso comentario. No sabes que placer que significa para mi todo lo que dices. Has hecho hincapié, como buen escritor y lector que eres, en el núcleo de la historia, y eso me pone muy contento. La culpa, ese sentimiento que tanto me interesa, la quise contar con estos dos personajes porteños de los que más quiero, y sin dejar de hacerlo desde el lado fantástico que tanto me agrada. Me halaga mucho todo lo que dices acerca de la narrativa y la poesía. Te lo agradezco mucho, eres en extremo generoso.
      Es un placer que hayas pasado por aquí.
      Nos seguimos leyendo.
      Un gran abrazo.
      Ariel

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  9. No conozco tu ciudad pero la describes de tal manera que parece que estuviera allá, al mismo tiempo nos vas envolviendo en la historia a base de realidad y fantasía, arrancándonos suspiros entre el romanticismo y el dramatismo que encierras en ella.
    Me ha encantado de principio a fin.
    Mis felicitaciones.
    Un abrazo.

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    1. Mariola, me agrada muchísimo que hayas venido aquí, ya he visto que has retomado la actividad en tu blog, estaré pronto nuevamente por allí. Y qué decir de tu agradable comentario, que me pone muy contento todo lo que dices, que hasta suspiros le pones, te lo agradezco mucho. Me alegra que te haya gustado el relato.
      Te mando yo también un abrazo para ti.
      Ariel

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  10. Ariel, quiero que sepas que, aunque no comente todos tus textos, siempre te leo. Para ser más exacta, tus textos los paladeo, los leo en voz alta, porque me gusta como suenan tus palabras, tan llenas de belleza. A veces paso temporadas en que guardo silencio, me cuesta hablar y escribir para otros, enmudezco. Esta es la razón de que "desaparezca" algunas temporadas. Me lleno de pesimismo y apatía. Quería que lo supieras. Hoy me has hecho un comentario maravilloso a mi último relato. Tan maravilloso que has conseguido que saliera de mi mudez, me has dado mucho ánimo. Es cierto que escribimos sobre todo para nosotros mismos, pero también para llegar a alguien. Por eso es muy importante sentir que alguien entiende el sentido de lo que escribimos. Tú siempre lo haces, sabes ver al otro lado de la máscara del humor. La mayoría se queda en la apariencia. Perdona el rollo, pero quería que supieras cuánto te agradezco esto y que siempre te leo, aunque no siempre comente. A veces hasta me da vergüenza porque creo que no voy a estar a la altura de tu texto.
    Este, por ejemplo, es una auténtica maravilla. Empiezas pintando esos cuadros de Buenos Aires. No conozco la ciudad pero he visitado algunos de sus rincones con tus relatos: sus lugares, sus colores, su luz cambiante. Siento que es bellísima. Después tus personajes. Haces retratos precisos. Con sólo estas frases ya describes a Jedrek: "un tipo que tiene el interior devastado... decidió interrumpir su intercambio emocional con el mundo...es un páramo...". Y luego está la historia, en la que siempre mezclas realidad con magia, una excusa para mostrar lo que más importa: emociones, sentimientos. Una historia que habla de un sentimiento terrible: la culpa. El conjunto, como siempre: una obra de arte.

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    1. Sé que me lees y aunque no comentes, no me preguntes porqué, pero siento que estás ahí detrás observando. Pero cuando lo haces, el corazón me da un vuelco de alegría. Yo diría que tú estás más que a la altura de cualquiera para dejar tus palabras aquí, porque, sabes, en todo este tiempo que llevamos leyéndonos y comentándonos, he aprendido muchas cosas, y una de ellas es que hay personas, como tú, con las que, inevitablemente, y en esto tampoco sabría darte razones, tengo una dosis de empatía o coincidencia literaria y emocional que va más allá de lo que escribamos.
      Tu último relato, Mari, te lo digo sinceramente, y no estoy tratando de lanzar elogios vacíos porque sí, me ha dejado pasmado. Después de leerlo me he quedado absorto no sé cuánto tiempo delante de la pantalla con la boca abierta como un tonto. Me preguntaba, pero cómo puede hacer, Mari, para escribir esta maravilla de texto, con esta profundidad. Y he quedado realmente conmovido, sacudido. Hace tiempo que no me pasaba. Y lo que pienso es lo que te digo, hay una coincidencia entre lo que tu escribes y lo que yo percibo que es invisible pero que logra movilizar mis emociones como un sacudón telúrico, algo que viene de muy adentro, muy difícil de explicar.
      Es todo muy hermoso lo que dices de este texto, no sé cómo agradecerte tantos halagos, y me encanta que me cuentes lo que has sentido al leerlo, tu sabes que son tantas las dudas que me asaltan antes de subir alguna historia, tantas las correcciones que le hago, que nunca estoy conforme, siempre falta o sobra algo, y es por eso que pienso que es una fortuna que me hagas saber tus impresiones, porque sé que eres sincera en lo que dices. Y, de nuevo, fíjate que tú mencionas los sentimientos y las emociones, que son las cosas más importantes que quiero expresar con todo lo que escribo, y eres la única que advierte la principal causa que me ha movido a realizar el relato en su real magnitud, el sentimiento terrible de culpa, así, con ese adjetivo casi feroz.
      Es un verdadero placer que hayas salido de tu silencio, como tú dices, para dejarme estas palabras que, te aseguro, me ayudan mucho a levantar la autoestima ya que siempre estoy al borde de pensar si tiene valor lo que escribo. El hecho de saber que estás ahí observando ya me alivia de esa carga.
      Te mando un gran abrazo, Mari.
      Ariel

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  11. ¡Ay!...que dan muchas ganas de estar en las veredas azules de Buenos Aires. Si a mí, , que no soy conciudadana tuya, me encantó este texto, a los que son, viven, o han vivido, o conocen Buenoas Aires en profundidad, probablemente les ha tocado un registro especial, el de la intimidad y el amor hacia un determinado lugar, pues es un homenaje a Buenos Aires lo que has escrito Ariel.

    Un texto poético, precioso y nada ampuloso. Es muy difícil ser lírico sin que se pasen de tuerca las tintas tan delicadas del lirismo, en eso eres un maestro Ariel, y es que usas una balanza equilibrada entre la humanidad humilde, sencilla (que no simple) y sensible de tus personajes (especialmente de Tilo), con sus sombras y luces, y la belleza de las palabras nada vacías, pues a mi me puede tanto la belleza de un color, como Tilo niño nacido entre latas y basuras en un hogar destrozado.

    Usted tiene espíritu de pintor, que lo sepa, pues en la paleta cromática de lilas, azules, rosados, naranjas, verdes y hasta celestes…debería de contratarte el patronato de turismo para anunciar tu ciudad en la época en que los jacarandás florecen.

    Y bajo el magnífico escenario de colores y naturaleza que has pintado, has hecho florecer de nuevo la figura de Tilo, tan querible

    Hay sobre todo, un tono mágico e irreal en todo el relato que contagia, no se puede leer con los ojos rígidos del pragmatismo, si te dejas llevar, tu historia nos mete en un mundo especial, entre la realidad y el ensueño. Me ha encantado la conversación con Selva, hay en ella urgencia y dolor. Hay, en todo el texto, sobre todo, un ingrediente que sabes tratar muy bien, belleza, una belleza nada hueca.
    Lo que te comenta Marimoñas "una obra de arte"

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    1. Isabel
      ¿Y qué puedo decir ante tanta hermosura de comentario que me has dejado? Tú, la magnífica escritora canaria, a la que tanto admiro. Y nada más ni nada menos hablas de lirismo, tú que puedes ascender y descender de ese Paraíso cuando quieres, cuando el texto lo pide, como sueles decir, con tanto acierto.
      Y qué bueno es saber que ya Tilo es un personaje querible para ti, eso me emociona mucho, tú lo sabes. Es muy importante para mí, además, la lectura que haces de las descripciones, del equilibrio, de los matices, de la belleza, esas cosas que tienen que ver con la estética, en las que pongo tanto empeño.
      En realidad, todo lo que dices me alienta, es como si me insuflaras oxígeno, tienes la energía suficiente como para entusiasmarme para continuar, y eso no es algo menor, eso es algo que te agradezco mucho, a veces uno tiene altibajos y los elogios de una excelente compañera como tú es invalorable.
      Isabel, eres muy generosa, te agradezco muchísimo todo lo que pones, muchas gracias por pasar por aquí a dejar tus palabras tan bonitas.
      Te mando un afectuoso abrazo.
      Ariel

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  12. Vuelve a aparecer Tilo por uno de tus relatos, ahora ya mayor y dedicado al negocio en que se perdió su madre. No obstante seguro que cuida a las chicas como nadie, pues nadie mejor que él sabe de las penas de ese mundo. Nos vuelves a acercar al realismo mágico de la mano de la historia de Jedrek y su añorada esposa, una ausencia que no puede soportar hasta el punto que decide marcharse con ella. Como siempre tus textos son de una profundidad envidiable. Un abrazo.

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    1. Es cierto, tiene tanto de mi el personaje de Tilo. Aparece en muchas historias y parece que siempre me está tironeando de la manga para que lo haga aparecer en alguna más, me ofrece generosamente su corazón para que lo llene de sentimientos, tal vez por eso sobrevive, Jedrek no, he tenido que desprenderme de él, pero creo que se fue de la mejor manera, no hay peor culpa que la que no permite ser perdonada porque está la muerte de por medio, la ficción permite el perdón apelando a la fantasía y el ha tomado la buena decisión.
      Muchas gracias por llegarte hasta aquí.
      Un gran abrazo, Jorge.
      Ariel

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  13. Bonita combinación de magia y realismo en tu relato, acompañado por ese lenguaje tan lírico que siempre aparece en tus descripciones y donde los paisajes acaban siendo como otros personajes.
    Me ha gustado ese bucear en el carácter de Jedrek y en sus decisiones, igual que esos extremos entre una vida nocturna que una imagina un tanto embrutecida por alcohol y drogas y esa parte sensible que aunque escondida está ahí.
    La culpa ronda al protagonista, una culpa silenciosa que está ahí y que no lo deja remontar y al final resuelves con una sonrisa eligiendo estar en paz con él mismo, buen broche para un relato romántico y mágico.
    Un abrazo

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    1. Es muy lindo lo que mencionas de los paisajes, me pasa lo mismo con la ciudad entera: termino hablando de ella como si fuese una persona. Es algo que no puedo evitar, es un lugar común en las cosas que escribo. Hay historias que no pasan por aquí, tu lo has visto, pero son muchas menos.
      El tema de la culpa fue el núcleo central que me llevó a escribir este texto, me hubiese gustado ahondar más en él todavía, porque me interesa mucho indagar en ese sentimiento. Has realizado una lectura muy acertada del relato y eso, aparte de ser algo que me halaga, reafirma la sensibilidad que tienes para hacerlo. Muchas gracias, Conxita, por todas las cosas bonitas que dices y por pasar por aquí.
      Te mando un gran abrazo.
      Ariel

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