Lucrecia


I

La noche estaba fría y callada cuando salí a la cortada Medrano, donde vivo. La luna redonda, grandota, un globo de leche pegado a la alfombra azul del fondo del cielo, flotaba por encima de mi cabeza. Levanté la vista hacia el espacio oscuro. Las estrellas cristalinas estaban duras. En motas friolentas se ahogaban en silencio, congeladas, moribundas. Gotas de hielo, esquirlas. 

Me había puesto un jean gastado y una camisa oscura. No había gente en la calle. La más parecido a una persona con lo que me crucé fue una sombra furtiva que llevaba puesto un abrigo de cuello alto. La vi de lejos. Atravesó la esquina a paso rápido y con la cabeza gacha, queriendo esquivar así, encorvada, la brisa de hielo que corría por las cornisas. Media hora después yo estaba tocando timbre en la casa de Lucrecia. Fue la primera vez que tuve sexo con ella.


II

No bien estuvimos dentro me llevó al dormitorio tomándome de la mano, como quien le enseña el camino a un desconocido. Se quitó rápido la ropa, se le notaban las ganas en los trazos de las mejillas. Cuando se arrodilló en el colchón, con la cara contra la almohada, me pareció percibir en su cuerpo de mujer, totalmente desnudo, el singular magnetismo de la lascivia. Apagué las luces de la araña de caireles y encendí el velador de la mesa de noche. Pero como a pesar de la penumbra persistía un resplandor, un haz tenue, colándose desde el pasillo por el hueco de la puerta abierta, la cerré. Prefiero hacerlo en la oscuridad, sin hablar. Me incomoda mirarla a los ojos cuando me acuesto con ella.
 
No fue necesario explicárselo a Lucrecia ya que me conoce y lo entiende. Es un comportamiento raro, lo sé. No es vergüenza. Mi vínculo afectivo con ella es escaso, casi nulo. Me incomoda compartir este momento de intimidad con ella, la luz parece encandilarme y mi tendencia a esconderme se incrementa. Prefiero que cada uno se entregue a saciar su propio deseo por separado. No podría llegar al éxtasis si ella estuviese pendiente de mí. Necesito que Lucrecia no me observe cuando caigo bajo la presión de mis emociones primarias. Por eso ella debe de estar de espaldas para que yo quede liberado para poder dar rienda suelta a mis sentimientos animales, primitivos. Lucas dice que se trata de defensas elementales, barreras que impongo para protegerme.

No soy una persona fácil de dominar, sin embargo, ella fue quien articuló todos mis movimientos con la pericia natural propia de los animales. Desde el principio me condujo como si yo fuese un tronco desorientado en la corriente de un arroyo. 


III

Se aferró a las sábanas como una gata en celo, se contoneaba ante mis embestidas, que lejos de ser brutales, no la terminaban de satisfacer. Era insaciable su necesidad de ser sometida, sus gemidos de placer se enredaban con sus gritos de dolor. Ella subía y bajaba de la cima de su abandono, y seguía naufragando en esas oleadas, era una cáscara de nuez en el mar agitado de su inconciencia. Su voz aniñada pedía más, me rogaba horadar más profundo aumentando su tortura, porque en apariencia —eso lo pensé después— era el martirio lo que le potenciaba el placer.

Yo también logré desatar en esa cama todos mis instintos primitivos, nunca lo había podido experimentar hasta esa noche con otra mujer. Había algo en ella que lograba meterse dentro de mis sentimientos, por decirlo de alguna manera. Me agitaba viendo las ondas de su espalda en un movimiento rítmico. Yo también estaba perdido, las sensaciones no me dejaban pensar, tocaba su carne, me hamacaba con ímpetu, la escuchaba gritar cosas ordinarias y me enceguecía más. En la furia ya desatada me ordenó sodomizarla, pero quería conservarme bajo su dominio, ella misma con sus manos me condujo camino a lo profundo, se desgarraba en gritos, furiosa, pedía más y más, enloquecida, inmersa en esa mezcla de gozo y sufrimiento. Yo estaba a punto de llegar al límite y se dio cuenta de inmediato.

Entonces se apuró a pedirme que por favor volviera a hincarme en el hambre de su vulva, sin cambiar de posición, exigiendo, sufriendo, gritando, gimiendo, y así fueron llegando los últimos estertores. Me fui derramando dentro sin dejar de detener mis embestidas, mientras ella entraba en las últimas convulsiones de su orgasmo.

Yo ya había tenido el mío y estaba extenuado al costado de la cama, agitado todavía, mirando extasiado los movimientos ondulantes de su pelvis. Su cabeza desmelenada se movía de un lado a otro, los dedos todavía arañaban la almohada, de a poco, los gritos se iban convirtiendo en gemidos. Eran las estribaciones de la tormenta que precedían la calma. 


IV

Me toqué la piel. Casi no había transpirado a pesar de la energía gastada y la excesiva temperatura del ambiente de la casa, porque Lucrecia es friolenta, y en invierno pone la calefacción al máximo. Mi baja percepción del dolor viene acompañada de una sudoración pobre, es otra de las singularidades que tiene mi trastorno. 

Lucrecia seguía soltando expresiones sucias, groseras, todavía boca abajo sobre el colchón. Yo me levanté despacio y me fui a dar una ducha; después de haber tenido sexo me hubiese sentido muy molesto si no me lavaba. No puedo reprimir el asco de mantener sobre la piel las manchas de los fluidos corporales secos. No lo puedo evitar.

Sobre el bidet del baño encontré tres bombachas usadas, seguro que Lucrecia las había dejado a propósito, no sería extraño que las hubiese puesto ahí para tentarme, para que yo me llevase alguna. Acerqué una de ellas a mi nariz y aspiré. Fue algo automático. Sentí el mismo olor que en el dormitorio, el único olor que no solo tolero con facilidad, sino que hasta me causa cierto deleite. Aunque me cuesta percibir por medio del olfato, ese olor agrio, aunque leve, me llevó a revivir el placer. Lucrecia conoce esta debilidad singular que tengo, a la cual ella recurre cuando le conviene, para atraerme sexualmente. Sé que quiere un hijo. Jamás me lo mencionó, pero yo estoy seguro, conozco sus motivos.

Cuando regresé a la sala, después de vestirme, me senté en el sillón grande, en el mismo lugar de siempre. Había un vaso lleno de whisky sobre la mesa ratona. Ella se había puesto la bata rosa y estaba cruzada de piernas cepillándose el pelo.
 
—Te serví uno doble —dijo clavándome la mirada.

Miré el vaso como si estuviese observando mi propia alma. Ya había tomado tres, este sería el cuarto trago del día. Tuve un chispazo de duda, muy fugaz, algo me había tocado un nervio sensible. Sin embargo, cedí: «Uno más —me dije—, no va a ser un gran exceso».

Lucrecia tiene la piel blanca, es bonita, de cara alargada, ojos celestes y pestañas muy largas. Siempre tiene pintados los labios de un color marrón oscuro. Es rubia, de pelo casi blanco, y se lo corta en forma de melena como si quisiese aparentar ser un muchacho. Últimamente se lo ha teñido con mechones de color verde. Esa combinación le da un aire perverso. 

Pero aquí me quiero detener en un detalle que para mí no es menor. Lo de la perversidad, digo. Lo he notado en varias ocasiones: con el lápiz oscuro, con el delineador, se dibuja una raya horizontal continuando el extremo de la ceja hasta que se funde entre sus cabellos, pero de un solo lado de la cara; parece una tontería, pero, a mí, esas cosas me perturban un poco. Asocio la asimetría con la necesidad de desarmar un orden. Además, estoy seguro, ella quiere simular un tajo, una línea delgada como hecha con un bisturí, demostrando que es capaz de hacer daño y al mismo tiempo provocando, como si quisiera que, exactamente por ahí, le rebanen la cabeza.

Dejé de lado esos pensamientos y terminé el trago. Ella se enroscó el pelo y le hizo un nudo utilizando ambas manos. Lo ajustó con una hebilla y me dijo:

—Hoy te portaste muy bien… Todavía siento tu tibieza adentro. ¿Sabés?

—Tendrías que ir a darte una ducha.

—Después voy.

—Oíme, Lucrecia. 

—Qué.

—¿Seguís tomando las pastillas?

—Ese es problema mío.

—Contestáme, por favor.

—La que da las órdenes soy yo —dijo ella con voz suave, con calma.

—Te hice una pregunta. 

—No parece.

—No quiero quilombos, Lucrecia.

—¿Tenés miedito?

—Ni un chico, ni un aborto, Lucrecia, por favor.

—Hablemos de otra cosa.

Me contó en líneas generales el plan que tenía en mente. Estaba entusiasmada, al fin había logrado cerrar el único cabo suelto. Había conseguido a un pordiosero, un tal Gordon, a quien pagaba unos pesos a cambio de matar a los gatos del Jardín Botánico y llevarlos al terreno lindero del edificio donde vivo. La gente del barrio, todavía sigue alarmada: prácticamente quedaron exterminados todos esos pequeños mamíferos del parque.

Yo formaba parte de su proyecto. Luego de escucharla, me enganché con la idea porque odio a los gatos, me repugnan, jamás tendría uno en mi departamento, dejan pelos por todos lados. Ayer salí a la vereda rumbo a la redacción. La vecina traía un gatito en sus brazos, pasé a su lado y lo miré distraído. Tenía plumas en la boca, la mujer me miró sonriendo y me dijo que se había comido un pájaro. No le contesté. Me apuré, necesitaba caminar más ligero.


V

A Lucrecia la conocí en la Facultad de Medicina, siempre tuvimos conversaciones esporádicas, nos llevábamos bien, no era de esas estudiantes presuntuosas, jamás hacía preguntas estúpidas. Ahora es cirujana, hace cuatro meses nos encontramos después de años de no vernos, y fue surgiendo el asunto de los gatos. 

Cuando esa noche salí de su casa, regresé al departamento caminando por las calles silenciosas de Palermo, cavilando, despacio. Los faroles derramaban una niebla color crema, un halito pastoso iluminaba las hojas caídas de los plátanos confundiendo los colores. En lo alto, por encima de los focos, las copas de los árboles permanecían quietas en la sombra pero la brisa helada les hacía mover los brazos con desesperación, como almas perdidas en el infierno pidiendo ser rescatadas de los horrores de la oscuridad. 

Era el estado ideal para concentrarme en lo que había pasado esa noche ¿Por qué me había «perdido» en la lujuria de Lucrecia? Cuando llegase, me serviría otra copa, la última por hoy, y me tiraría en la cama a pensar en esto. Al abrigo de mi dormitorio estaría más seguro, podría clarificar mejor las cosas. Doblé por la cortada y subí por las escaleras del edificio, no quise hacer mucho ruido, sino después tendría que bancarme las quejas de los vecinos. Odio discutir con la gente. 


VI

Me puse cómodo y me tiré a fumar de espaldas con el vaso de whisky sobre la mesita de noche. Apagué la luz. Había tomado mucho, mi cuerpo parecía suspendido en el aire, las sienes me latían y la cabeza se hundía irremediablemente, como si no tuviese apoyo. Tuve miedo y encendí el velador, el cenicero no estaba en su lugar, miré hacia adelante y lo vi en la biblioteca. 

Me incorporé, y cuando salí de la cama me caí de la borrachera que tenía. No me dolió el golpe, la brasa del cigarrillo quedó bajo mi mano lastimando la piel y se apagó, en ese momento no sentí nada, después me di cuenta de la quemadura. Para hacerme del cenicero me arrastré por el piso y luego me acosté nuevamente. Apagué y encendí la luz varias veces no sé por qué. La obsesión y la compulsión afloraban, el trastorno jamás me abandona. Al final apreté el pulsador y el foquito se apagó.

Disipadas las volutas de humo, pensé en lo ocurrido en estas semanas antes de dormirme. Me subió una congoja a la garganta y me dieron ganas de llorar, ganas irrefrenables, me temblaba la mano derecha, hipaba, estuve así un rato hasta que me calmé, había bebido de más y los nervios me estaban pasando factura.

En todo caso, pensé, la aversión por los felinos es algo sin mucha importancia, a mí me seducen las ratas. Me gusta verlas comer, siento atracción al contemplarlas, me regodeo con beneplácito en verlas completar la tarea de la muerte, la desaparición de la carne, la sangre seca, los huesos pelados.

Me atrae la muerte, ese misterio, veo un cadáver y se me disparan un montón de pensamientos, me quedo mirando el cuerpo sin vida, meditando. Tal vez mi grado de morbosidad sea un poco mayor que la del resto de la gente, no sé, algún día, tal vez, lo hable con Lucas. Para Lucrecia, lo del Jardín Botánico fue una prueba, ahora viene la parte más ambiciosa del plan.


Este cuento pertenece al libro Lucrecia.

20 comentarios:

  1. El erotismo es difícil de llevar en literatura, en este caso lo poético del relato ayuda bastante a conseguir el clima, en ascenso, entre los personajes. Es un riesgo a correr, en este caso bien llevado. Muchos autores prefieren no meterse de de lleno en las escenas de sexo, son difíciles de tratar.

    Un abrazo.

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    1. A veces, cuando escribo, hay ciertos tramos del relato a los cuales les doy muchas vueltas, los corrijo, los cambio, los quito, los pongo, son los más difíciles para mí porque no me terminan de convencer y hay otros, que salen inevitablemente, con determinación, casi sin que me dé cuenta. Este es el caso de la escena erótica. Advertí cuando estaba terminada que no sentía la necesidad, casi, de retocarla, solo algunos detalles. Creo que la necesitaba para mostrar la perversidad de Lucrecia y algunos síntomas de los trastornos básicos de Marcos. Creo que no medí el riesgo, es decir no me hice ningún planteo previo ni posterior acerca de ello.
      Es interesante tu comentario y es un gran aporte tu opinión. Los leo con atención. Les doy mucho valor a las cosas que me puntualizan, nunca caen en saco roto. Les doy mucha importancia a los puntos de vista de los escritores que me comentan, como es tu caso. Me asaltan muchas dudas cuando escribo, en general me llevan mucho tiempo los relatos. Los trayectos más extensos son el primer paso en el cual acumulo documentación y el de corrección, sin duda. Tal vez en este paso sea cuando más recuerdo las opiniones, son como marcas, como límites que voy recolectando para saber si algo está de más o de menos.
      Muchas gracias por venir a este sitio en el que siempre tendrás las puertas abiertas. Te mando un gran abrazo Jonh.
      Ariel

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  2. Como dice Jonh, no es fácil escribir escenas eróticas sin caer en alguno de los dos extremos, la vulgaridad de la pornografía o la gazmoñería de no decir nada. En este capítulo me despistaste. Creí que Lucrecia era una prostituta y resulta que es una conocida y cómplice de su guerra contra los gatos. Estoy disfrutando mucho de esta historia y me quedo impaciente esperando el siguiente capítulo. Un abrazo muy fuerte

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    1. Hola Ana, un placer tenerte tan temprano por aquí, un verdadero gusto. Y sí, coincidimos. Las escenas eróticas pueden caer en esos extremos que marcas, es como caminar por el filo del precipicio. Pero, como le decía a Jonh, salió espontáneamente y cuando así me sucede, no dudo, sigo adelante. A veces estoy horas con detalles que no van más allá de un par de frases, pero no me ocurrió en este caso.
      A Lucrecia la venía “pensando” desde el principio del segundo relato, me rondaba en la mente un personaje femenino perverso para acompañar a Marcos (el “rata”). Ahora ha quedado al descubierto, creo, gran parte de su personalidad. Me alegro muchísimo que te haya atrapado la historia. Te mando un gran abrazo.
      Ariel

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  3. Coincido con Madison, ya se ha escrito tanto sobre el sexo, bueno, malo, horrible, que es todo un desafío encararlo.
    En esta tercera parte vemos otro aspecto del protagonista, debajo de los deseos perversos, sobre todo en la última parte del texto, aparece alguien perdido, confuso, que necesita aferrarse al alcohol y al morbo. Un personaje que se las trae.
    Muy bien escrito, Ariel.
    Un abrazo.

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    1. ¡Qué bien lees Mirella! Me agrada tener tu mirada que sabe buscar en los costados, en los rincones del relato. Me pone muy contento cuando leo: “alguien perdido, confuso, que necesita aferrarse al alcohol y al morbo”, porque es exactamente como lo estuve pensando cuando lo escribí.
      Se siente perdido cuando tiene sexo con Lucrecia y no le gusta para nada, porque “perderse” para él significa haber tenido alguna empatía con ella y, su personalidad se contradice, porque padece de trastorno obsesivo compulsivo lo cual le trae aparejado la tendencia a la “evitación”, es decir evitar el contacto emotivo con las personas, por eso no socializa. Por eso la consecuencia es esa confusión, esas preguntas que se hace ponen en evidencia las dudas que lo torturan, típico del neurótico ansioso con TOC. Entonces entra en el círculo de la compulsión. Se aferra a las cosas que vienen a llenar algo que no sabe que es, algo que le falta por dentro, un vacío, algo que nunca podrá ser llenado. Y recurre a la bebida que lejos de llenar le pide más, como a cualquier alcohólico.
      Es muy gratificante tu comentario Mirella. Te mando un gran abrazo.
      Ariel

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  4. Me ha encantado tu relato, y he ido visualizando las escenas, y estoy de acuerdo con lo dice Madison, en que lo has llevado muy bien.

    Te felicito, Ariel, por tu manera de transmitir.

    Un beso.

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    1. María, creo que te lo he puesto en algún comentario en tu blog, eres una persona muy sensible, por eso puedes "visualizar", por eso cuando lees el relato te "trasmite". Esas palabras son las que mejor suenan en mis oídos. Gracias por estar nuevamente por aquí.
      Un beso.
      Ariel

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  5. Después de leerte, creo que todos los comentaristas estamos de acuerdo con John. A mi parecer me ha resultado una lectura del relato encantadora, usaste metáforas exquisitas y nada soeces que invitan a adentrarse al momento. En mi opinión (depende del texto), no es de mayor importancia usar alguna palabra "dura" que le de más énfasis, dicho esto, espero ya la última parte de ésta damisela gatuna y su desenlace, deseando que vaya enlazado.

    P,D:
    Me honras-te mucho con tu comentario en mi espacio, estoy tremendamente agradecida y mis humildes letras también. Solo puedo decirte un GRACIAS enorme.

    Un beso, Ariel.

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    1. Muchas gracias por leer este relato, Yayone, me alegro que te haya gustado. Me gratifica lo que dices acerca de las metáforas ya que son abono cotidiano en el terreno que tu tan bien dominas, y también me resulta interesante lo que me comentas acerca de las palabras duras y su importancia relativa. Digo esto porque en la elaboración de los poemas, humildemente creo, el peso de cada palabra es crucial, puede llevar a un verso a una altura excelsa o perderse en el fracaso. Me quedo con estos conceptos que me acercas, que me sirven como tutores. Tus puntos de vista, como los de los excelentes escritores que antes han comentado, son parte del bagaje que se incrementa, día a día, y que me acompañará en los escritos venideros, no tengas duda.
      Respecto al último poema que te he leído (“A un golpe de caricia”), mi querida Yayone, te aseguro que no he exagerado en absoluto en lo que he puesto en el comentario: quedé profundamente conmovido. Hacía mucho tiempo que no leía algo que me haya emocionado hasta ese punto. Primero lo leí y, como le ha pasado a María, no vi el enlace al audio, y empecé a hacer el comentario de este modo: “Yayone, te aseguro que al leer este poema me pareció que te estaba escuchando”, de verdad te lo digo. Y cuando iba a seguir, volví al final del poema y se me ocurrió pulsar donde dice “De mi voz” y advertí que eras tú recitándolo. Y quedé doblemente maravillado, porque ese es otro arte, y porque tu voz y tu interpretación es exquisita.
      Un beso, Yayone.
      Ariel

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  6. No insistiré demasiado en el tema ya suficientemente comentado acerca de esa primera parte del relato donde lo erótico toma su papel preponderante, porque coincido con lo que ya han comentado mis contertulios y lo que tú también has explicado. Únicamente de esa primera parte señalo la completa descripción de detalles tan minuciosos como poéticos que enriquecen muy positivamente la historia, a mi modesto juicio evidentemente.

    Sobre la segunda parte, es decir cuando Marcos empieza a tomar conciencia de su contradictoria conducta, es decir, por un lado quiere mantenerse frío y distante, pero en cambio ante Lucrecia se ve sometido y próximo, también es otro aliciente añadido que contribuye a darle un cariz mucho más realista a la historia y al personaje. De ahí que dicho personaje principal sienta la necesidad de ausentarse y marcharse a su casa, pese a que Lucrecia intenta retenerlo pero sin mucho éxito.

    Finalmente en esta tercera entrega de la historia, falta comentar que ambos protagonistas ya se conocen de antes y que siguen manteniendo una larga relación amistosa, aunque no entre dentro de la lógica pero si de lo humano. Supongo que ambas personalidades coinciden en ser enfermizas, obsesivas y con instintos criminales, de ahí que sean dos cómplices destinados a llevar a cabo terribles acciones criminales, entre ellas "las desapariciones de gatos del vecindario" y me imagino que para la cuarta y última parte nos espera "un baño de sangre".

    Me sigue gustando mucho tu historia, querido amigo y compañero de letras, Raúl, porque sigues manteniendo ese clima oscuro y deprimente que ya conocimos al principio y la coherencia con las anteriores partes.

    Un abrazo enorme.

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    1. Estrella, muchas gracias por extenso análisis, porque conjuntamente con la lectura de este relato has repasado también algún detalle que va enlazado con el resto.
      Además, leyendo tu comentario, noto con más claridad la pericia que tienes más allá de tu formación académica, para compenetrarte no ya con los personajes de ficción que aparecen en el texto, sino para mirarlo desde mi lado de escribiente de la historia. Ese punto de vista es muy interesante y revelador, es un modo enriquecedor para saber lo que me está pasando cuando escribo y lo que le pasa al que lo lee.
      Tal vez a primera vista no aparezca, no esté explícito en tu examen esto que te estoy diciendo, pero es lo que percibo que hay detrás de tus palabras. Me doy cuenta también porque (esto ya lo he notado en anteriores comentarios tuyos) te vas anticipando al argumento como si fueras una pitonisa de las letras. No solo profundizas en lo que hay sino en lo que se avecina en el argumento, es decir un olfato fino, un paladar delicado para este asunto de escribir. Parecen simples halagos, Estrella, y lo son, pero además te los digo porque son un enorme aporte para alguien que, como yo, recién está haciendo sus primeras armas en esta maravilla que es la actividad de escribir.
      Te agradezco, por fin, el último párrafo, lo tomo como un aliciente para seguir intentando mejorar con esfuerzo, todo lo que pueda y hasta donde pueda. Compañera de letras (como vez, ya me estoy animando a ponerte a tu lado), te agradezco enormemente tu tiempo, tu claridad y tu calidez. Te mando un afectuoso abrazo.
      Ariel

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    2. Ya te lo he dicho en más de una ocasión Ariel, me encanta tu manera de escribir, y además me siento muy identificada contigo (en los modos).
      La primera frase no sé por qué me parece muy Nerudiana, quizás por aquello de “me gusta cuando “callas”, y porque Pablo Neruda contaba mucho de y con la luna de plata fría, y también su erotización del cuerpo de la mujer como blancas colinas…, hay mucha poesía en tu Lucrecia, y también lo has contado “a pie de cama” con soltura natural, sin que resulte crudo, todo lo contrario, es excitante y sexual, la grosería y dulzura de las palabras de Lucrecia, el tajo pintado en su rostro, la ambigüedad tn sensual (una mezcla que no solo me parece altamente literaria, sino sobre todo profundamente humana )
      Bravo por la frase de “la cima de su abandono”, es muy buena.
      En el caso de Marcos, tan dado a rehuir, tiene la doble connotación de acercamiento a Lucrecia, rompe barreras y no solo físicas. Él se reafirma en su trastorno y sin embargo, se acerca a Lucrecia, aunque también de manera obsesiva, no podía ser de otra manera.
      Me atrevo a decir al maestro (el maestro eres tú, que lo sepas), en el uso de interrogación y exclamación dobles en la pregunta ¡¿Está claro?!
         Otro rasgo de buen escritor es que el autor no olvida la patología del enfermo en ningún momento, (le perturba la asimetría, y siente la necesidad de desarmar un orden, algo que parece contradictorio, y sin embargo, en la mente de él, no lo es)
      La disociación de gatos y ratas interesante y
      el diálogo posterior al acto natural, y nos acerca a la psi de Lucrecia y su doble vertiente ¿gatuna?
      Me interesa muchísimo su plan ambicioso…sindudas has dejado miguitas de pan para que vuelva a leer el siguiente.
      Un abrazo de los fuertes Ariel.


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    3. Isabel ¡Qué alegría encontrarme aquí con tu comentario! Acabo de llegar al departamento y recién enciendo la computadora. Veo que me dices muchas cosas lindas. Lo de Neruda, bueno, es un elogio mayor, pero debe ser porque estamos codo con codo aquí en el sur con los hermanos chilenos, tal vez sea una cuestión de “contagio” (¡bienvenido sea!). Veo que has puesto la lupa bien cerca de Lucrecia. Sí, traté de ponerle matices líricos a la escena erótica porque si no se tornaba demasiado explícito y caería casi en lo pornográfico, y traté de poner un límite, de llegar hasta ahí, no sobrepasarlo (aquí tenemos un gran escritor, muy prolífico, muy bueno, Enrique Medina, que tiene muchas novelas escritas en tono muy subido, por encima del erotismo, pornográfico sería decir poco, y sin embargo no se escapa de lo literario, son estilos). Haces bien en haberle prestado atención al maquillaje de la perversa Lucrecia, y muy bueno también el análisis que haces de Marcos, me ayudas mucho.
      En cuanto a lo de maestro, bueno, tú eres mujer y tengo que aceptar lo que dices, no se puede contradecir a una dama, pero me queda grande. Lo que sí te puedo decir es que trato de cuidar la ortografía, el uso de las rayas para los diálogos y las inserciones, los espacios cuando van y cuando no van, los tres puntos y no más de tres, las comillas latinas en las citas textuales, las comillas de cierre cuando el parlamento tiene punto y aparte, sangría en primera línea (ves que estoy aprendiendo Isabel y trato de ser cuidadoso en esos detalles que en definitiva afean el texto, trato de “ponerle buena onda” como dicen los chicos).
      Ahora que te comento lo del sangrado, quiero decirte algo. Hace una semana atrás se me ocurrió investigar en internet cómo se hace en lenguaje html y lo he aprendido, no sé si tú lo sabes, porque con el espaciador te quedan desparejos, no sé si lo habrás notado (si no lo sabes y te interesa dime que te paso el enlace a una página que lo explica). Bueno, disculpa la digresión.
      ¡Ah! Eso está bueno, bueno, bueno, no perder de vista las manías del tipo, ni de ella, porque la niña tiene lo suyo también.
      Isabel, me alegro que te haya “enganchado” la historia, me pone muy contento que me vayas apuntando todo lo que ves, sabes que tengo en cuenta todo lo que me dices.
      Y ahora me voy derechito a La boda, ya me estoy mordiendo las uñas de ansiedad por leerlo. Gracias por tu abrazo, yo también te mando otro de acá, muy fuerte también (¡más fuerte que el tuyo, por cierto!)
      Ariel

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    4. Ya se que cuidas los mínimos detalles, aprendo mucho de tí Ariel. Me pasa como a Jorge, este es de la serie el capítulo que más me ha gustado por ahora.
      Oye, pásame en enlace de la página que me dices de lenguaje html, que soy un verdadero desastre con las herramientas estas para los espaciadores, te agradezco mucho la ayuda...y puees disgregar todo lo que quieras :)

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    5. Aquí va Isabel, yo uso:
      Punto 2
      Primera opción
      Espero que te sea útil.
      http://es.wikihow.com/insertar-espacios-en-HTML
      Besos.
      Ariel

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  7. Tengo que decirte Ariel que éste es de momento el relato que más me ha gustado de la serie, y no porque los otros desmerezcan. Sólo leer la magnífica introducción que haces en el primer párrafo el lector se da cuenta de lo que le espera, con esas frases cargadas de excelentes metáforas.
    Enseguida y sin preámbulo alguno nos metes de lleno en la escena sexual, donde empleando frases cortas transmites sensación de velocidad y de premura, de forma que el lector percibe el ansia y el frenesí de los amantes. Esta escena además describe muy bien la personalidad dominante de Lucrecia a través de sus actos, sin necesidad de que tengas que hacerlo de forma explícita.
    A partir de ahí pausas la escena, y es entonces donde en un detalle de escritor, nos describes físicamente a Lucrecia, cuando lo habitual suele ser hacerlo al principio. Consigues con ello no interrumpir la acción al comienzo del relato, acrecentando la sensación de velocidad, premura, pasión de la que te hablaba, y cuando el lector se relaja y también lo hacen los amantes es cuando nos enseñas a Lucrecia, y aquí sí ya aprovechas para dejarnos detalles más explícitos de su psicología. Me ha encantado por cierto el contraste en la frase “palabras groseras y dulces en voz baja”.
    El relato entra ya en una segunda fase más similar a las otras entregas, donde realizas una introspección del protagonista, mediante una sucesión de pensamientos desordenados y divagantes, de forma supongo intencionada para mostrarnos su trastorno.
    Y ya para terminar nos dejas un final que introduce a la perfección el siguiente capítulo.
    En definitiva un relato completo y lleno de matices, conducido de manera excepcional a través de sus fases, con un manejo de los tiempos realmente buena. Enhorabuena porque es de verdad un gran trabajo. Un abrazo.

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    1. Antes que nada, agradezco tu visita y el extenso comentario, como los que a mí me gustan, sobre todo los tuyos, que son tan interesantes.
      Tal cual fue como me salió de entrada el comienzo, quise entrar en la escena erótica de inmediato, creí que, si la demoraba, me desviaría, porque quería mostrar justamente lo que me dices, el nudo de la cuestión, es decir la dominación de Lucrecia.
      Es interesante lo que me dices de la pausa que percibes, agradezco tus ojos de buen lector y de escritor. Lo que puntualizas acerca del apresuramiento y del relajamiento del lector es muy aleccionador porque, lo explicas tan claramente que, algo que he realizado intuitivamente, tú me lo dejas grabado en la memoria para utilizarlo como una herramienta más al momento de escribir, pero ahora en forma racional.
      Respecto de la sucesión de pensamientos del protagonista, lo he hecho en forma deliberada tratando de retratar lo que sucede en una mente que tiene un trastorno obsesivo desmadrado, que no puede controlar con la razón. Y respecto al final, bueno, gracias por el elogio, he tratado de que quede algún interés para el próximo, el último, que estaré subiendo mañana, si mis tiempos e Internet me lo permiten.
      Te mando un fuerte abrazo, Jorge.
      Ariel

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  8. Me encantó esta tercera entrega, aunque te metes casi de lleno y casi por completo está dedicado este capítulo a una escena erótica me gusta la forma en como lo has escrito, sin caer en la vulgaridad.
    En cuanto a Marcos su actitud antes, durante y después del acto demuestra el cariz de su obsesión, ese querer y no poder.
    Por su parte Lucrecia, según mi opinión, no está mucho mejor que Marcos y no me refiero a que le guste determinado tipo de sexo, sino en que es una relación la que mantiene con el protagonista que mantiene de lejos, quizá un amor enfermizo, una adicción o un trastorno ya que comparten ciertas aficiones..., me desconcertó y al mismo tiempo me enganchó durante todo el tiempo.
    Mis felicitaciones.

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  9. Mariola, excelente devolución, has realizado un análisis profundo de estos dos personajes y me muestras lo que opinas sobre todo de ella. Creo que Lucrecia tiene afinidades con Marcos, tal vez se encuentran entre la indolencia de él y la perversidad de ella, pero en todo caso creo que prevalece la necesidad que Lucrecia tiene de él para conseguir datos y eliminar pruebas con sus ratas, ella además, lo quiere atraer por el sexo y fantasea con la hija que desea. Marcos se rebela luego de hacer el amor con ella porque le "molesta" perder el control sobre si mismo.
    Por supuesto es una relación enfermiza totalmente.
    Me alegro que te haya enganchado. Un saludo enorme por estar y comentar.
    Ariel

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