A la mañana siguiente, la ventana


I

Esta semana no he pensado en la herida que tengo un poco más abajo del estómago, la que me hizo el tipo que se identificó con «el loco», el personaje del cuento que me publicaron en la revista. Creo que me he recuperado totalmente, pero me he quedado pensando acerca de los miedos. La gente tiene miedo al dolor, al sufrimiento. No es mi caso. 

Hace un rato he cambiado de lugar el cenicero que estaba sobre la mesita de noche y lo he colocado en la biblioteca que también tengo en el dormitorio, sobre la pared que está frente a mi cama. Es un cenicero de chapa, creo que debe ser de aluminio, está viejo y deformado, tiene manchas oscuras, muchas de ellas pequeñas, algunas de color tabaco, producto de la tintura que le han dejado las colillas de los cigarrillos que he fumado durante estos últimos años. No suelo tener apego a los objetos, pero este cenicero es uno de los cuales difícilmente me desprendería. 

He vuelto a la cama y me he quedado mirándolo. He conservado la vista fija en él demasiado tiempo y siento que eso me está empezando a molestar. Trato de mirar hacia otro lado, pero la ansiedad me gana. No puedo dejar de pensar sobre todo en la posición en que lo he dejado, la geometría cenicero-biblioteca-mesita tiene algo de incómodo, es un trazado imperfecto en el cual el problema es la ubicación del cenicero. Y llega un momento en que esa situación se torna insoportable. Es por eso, creo, que me he levantado y lo he vuelto a traer a la mesa que está al lado de mi cama, en el mismo lugar que estaba antes. Así queda mejor.

He repetido este procedimiento varias veces, no puedo discernir qué es lo que me molesta cuando veo a un objeto en la misma posición durante mucho tiempo. Algo estático me da la sensación de que no tiene vida, de que está muerto, tal vez sea por eso que tengo que estar cambiando las cosas de lugar. Pero no cualquier cosa, hay algunos objetos que no puedo mover porque se pierde el orden y eso me pone muy molesto. Por otro lado, soy consciente de que no puedo estar haciendo esto indefinidamente. Necesito despejarme un poco. 

Me gusta salir de vez en cuando, no es bueno estar encerrado muchas horas en el departamento. Desde que me levanté estuve escribiendo para la revista, casi sin interrupción. Encima, por dos mangos.Me visto y bajo a tomar algo en el bar de la esquina. Este mediodía el cielo de la ciudad está plomizo, con nubes cargadas de lluvia llegando del este. En cualquier momento se larga. 


II


Cuando doblo y entro en Santa Fe siento un impacto: desde atrás, alguien me apoya con violencia la mano en el hombro derecho. Y, de inmediato, cae otro golpe en el izquierdo, como un manotazo. A mis espaldas, dos garras firmes me sostienen y no puedo ver la cara del tipo. De repente habla. Es Matías.

—¡Qué hacés Rata!

El gordo es un atolondrado, trabaja cerca de aquí, en la redacción de la revista. A esta hora debería estar en la oficina, el jefe lo tiene entre ceja y ceja, en cualquier momento lo raja, pero al él no le importa. 

—Gordo, sos un idiota, estoy recién operado.

—No me digas, ¿qué te pasó?

—Nada serio —le dije para no entrar en el tema.

—¿Tenés un rato?

—Bueno… Dale —respondí resignado. 

De otro modo lo tendría que haber soportado hablando a los gritos en medio de la calle.

—Te invito un café, vamos al barcito de enfrente —se apuró a proponer. 

Lo que pasa es que Matías es un tipo pesado, no tiene tacto y me intranquiliza cuando empieza con las preguntas. Después de contarle en dos o tres palabras para ponerlo al tanto de lo que me había pasado con el tipo que casi me mata de una cuchillada se quedó conforme. Nos despedimos y me volví para mi departamento.

No me gusta estar contando las cosas que me pasan, trato de evitarlo, las personas con las que tengo contacto, que son pocas, siempre están juzgando mi conducta a mis espaldas, y sé que siempre están cuchicheando, hablan mal de mí, dicen que soy raro. A ellos les parece que no los escucho, pero no es así, me pone de la nuca sentirme humillado, por eso trato de estar poco tiempo en la redacción, solo lo necesario como para entregar el trabajo y pasar a cobrar. 


III

   
Todos saben que cargo con el alias de el Rata desde chico y eso francamente me molesta, nadie me llama así salvo el gordo Matías, pero todos lo saben. Estoy seguro que cuando me voy hablan en forma despectiva de mi aspecto y, además, lo asocian con el apodo. Pero se equivocan. Tiene que ver con otra cosa.
   
Soy flaco, un poco alto, de pelo castaño y piel blanca. Uso lentes con bastante aumento, grandes y de marco grueso. La mayoría de las veces me visto de negro, generalmente con un traje oscuro, el único que tengo. No me gusta la ropa de otro color. Por lo general estoy desalineado y no me importa mucho el cuidado de mi aspecto. Lo que sí tengo debo reconocer es que me lavo las manos con demasiada frecuencia, cuando vengo de la calle, sobre todo cuando he estado en contacto de los pasamanos del colectivo o del subte, o cuando he estado manoseando dinero, sobre todo billetes. Son los más sucios. 
   
Cuando iba al colegio primario me llevaba un pedazo de queso en el portafolios para comer en el recreo. Mientras los otros jugaban yo me quedaba en un rincón comiendo la merienda. Ahí empezó a hacerse popular entre los chicos el mote que me pusieron. No me molesta tanto el apodo sino como lo usan los demás para denigrarme. El gordo fue compañero mío en la primaria y como es un bocón lo difundió también en la oficina. Por supuesto, nadie me llama así directamente, excepto él, pero yo estoy seguro que todos lo saben. Sin embargo, no le guardo rencor. 


IV

   
La indolencia es un estado del ánimo que a veces me acosa en algunos períodos de abstinencia. A veces intento dejar la bebida, extiendo demasiado tiempo esos períodos y la voluntad se tensa hasta un extremo insoportable. No soy un alcohólico perdido, pero tengo una adicción, como la que algunos tienen con el cigarrillo, no al extremo de arañar las paredes, pero la tengo. 

Cuando siento que está llegando esa ausencia de dolor me acerco a la ventana y la abro. Como es invierno se supone que debo sentir frío, pero lo único que siento es que el aire me agita el mechón de pelo que cae sobre mis anteojos. Entonces me aferro con las manos a la ventana, esperando, con los tendones tirando de los huesos, como tenazas. El cuello se me pone rígido y me veo, o mejor dicho me pienso, abriendo otra ventana distinta, para sentir un soplo helado, porque hasta ahora la brisa pasa apenas rozándome la piel, de aquí para allá, solamente eso. Y así estoy un rato, abriendo ventanas en mi cabeza, una tras otra, buscando una impresión brusca. La indolencia, me digo, es esa necesidad imperiosa de abrir ventanas, la búsqueda de una señal que me dé la certeza de que estoy vivo. Un poco de frío, aunque sea. 
   
Cuando era un bebé me hicieron estudios y descartaron la posibilidad de una analgesia congénita, así dijo el pediatra. Pero no se trata de eso, solo tengo un umbral alto de insensibilidad al dolor. A veces mi mente se hunde en ese territorio flácido, sin saber si voy a salir de allí, cuando en la cama me abandono, fumando, a pensar en nada. Acerco la brasa del cigarrillo a mi piel a fin de sentir un poco de calor, hasta que huelo a carne quemada. Tengo los antebrazos llenos de pequeñas cicatrices circulares color canela, como si fuesen pecas. Por eso jamás uso remeras de mangas cortas, ni siquiera en verano, para que no se vean las marcas y la gente no me haga preguntas inconvenientes.


V

   
Vivo en un departamento que está en la cortada Medrano, casi Charcas. En la esquina hay un edificio con ochava en la que de vez en cuando se instala algún indigente a dormir. Por la noche la cortada queda constreñida por la desolación. A mí me gusta salir a caminar de noche por los lugares siniestros de la ciudad como este, aunque tenga que atravesar veredas con residuos nauseabundos y olores a orines que dejan los borrachos, los drogadictos, los cirujas. Al común de las personas les molesta. A mí no. Diría que hasta de eso me priva la indolencia porque son sensaciones que casi no me llegan. 


VI

   
Vengo del consultorio de Lucas, el psiquiatra. Es inevitable salir mucho más tarde de lo previsto pues él estira la charla con cada paciente. Si fuesen unos minutos se trataría de algo normal, pero suelen ser dos horas, a veces tres. De regreso a mi departamento miro el reloj: ya es cerca de la una de la madrugada. Aunque me fastidia la demora, disfruto la vuelta, caminando por las calles silenciosas, arboladas, con la luna rodando en pedazos por detrás las ramas de los plátanos. Hay escarcha en el borde de los cordones, pero yo estoy vestido con el traje negro y una camisa liviana. El invierno es crudo. Con un grado bajo cero la brisa helada me refresca un poco. Me hace sentir vivo.

Apuro el paso al entrar en la cortada pues tengo un poco de hambre. No soy de comer mucho a la hora de cenar, por lo general picoteo algo salado, me tomo un trago y luego me dispongo a dormir. Pero hoy, antes de cerrar el día, no debo olvidar de realizar una tarea importante. Por eso, no bien entro, voy a la cocina. Saco el medio kilo de carne picada de la heladera que compré el viernes, bajo las escaleras y salgo a la vereda. 
   
Al lado del edificio donde vivo hay una especie de jardín cerrado con una reja baja, un lugar donde lo que único que hay es pasto crecido que de vez en cuando se ocupa de cortar el encargado. A veces la gente tira basura. La cortada a esa hora está en silencio, las persianas bajas, poca luz, solo tres postes de alumbrado encendidos, ningún transeúnte a la vista. Me acerco a la reja y tiro la carne por encima.
   
Espero callado, sin moverme. Entonces, comienza un traqueteo ronco. Escucho chillidos, los pastos se mueven. Aunque no las veo, sé que en la penumbra están agitando la hierba y se apresuran por llegar no bien empiezan a percibir el olor. No sé porque me gustan las ratas, será porque tenemos algo en común, quizás la tendencia a andar en la oscuridad, la predilección por el silencio, la aversión hacia las personas. A esta coincidencia, en realidad, se debe el verdadero origen de mi apodo.


VII

   
Subo al departamento. Al terminar de cerrar la puerta de entrada oigo sonar el celular que dejé encima de la mesa ratona de la sala. Miro la pantalla. Es Dalila. Ya le he dicho que no me llame por teléfono, que espere que yo la llame. Atiendo. Suspiro. Aunque me molesta que me hostigue persiguiéndome, la escucho con atención. Está ansiosa, quiere empezar mañana a la noche, dice que el lunes es un día «apropiado». Le gusta usar esa palabra. Hablamos un poco más de los detalles y cortamos. 

El martes siguiente empezaron a aparecer los primeros cadáveres de los gatos, en el jardín que está pegado al edificio. Los huesos estaban casi pelados y había restos de piel por todos lados. El primero que se dio cuenta fue el encargado.


Este cuento pertenece al libro Lucrecia.

28 comentarios:

  1. Qué bueno, Raúl. Has logrado un retrato perfecto de un neurótico con tintes paranoicos. Con unas cuantas líneas, has descrito sus manías (su comportamiento con el cenicero, tener que lavarse las manos) que le tienen atrapado en un círculo vicioso del que no puede salir. El episodio del cenicero es muy revelador. Lo cambia de lugar y se queda mirándolo fijamente hasta que siente un malestar y tiene que volverlo a mover. Es casi un estudio psicológico del personaje. Hasta el apodo “rata” parece adecuarse a su personalidad obsesiva y antisocial. Ahora me queda la duda si “el loco” era real o fruto de su mente enferma. Me quedo esperando ansiosa el siguiente capítulo. Un abrazo

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    1. ¡Qué bueno Ana! Mira, estaba esperando ansioso tu comentario, me ha llevado mucho tiempo estudiar la personalidad del personaje principal, y bueno, me alegra que lo veas bien retratado, porque la psicología es tu especialidad, un terreno al que conoces muy bien. Consulté mucha información, es un perfil que me interesa para este individuo oscuro, para contar todo lo que quiero contar, ahondar en sus emociones, sus comportamientos, me parece adecuado para estas cuatro historias, espero que de buenos frutos. Se trata de alguien que tiene un trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad (como bien lo has detectado tu), una analgesia congénita leve que le disminuye la posibilidad de sentir dolor, y baja sudoración debido a ella. Como también dices, tiene comportamientos antisociales, es indolente, y el apodo “rata”, además de provenir de su fascinación por esos animalitos, los que lo conocen, como suele suceder, han acertado con la palabra adecuada. Sí, en “Moscas” sufre un ataque real de un “loco” que lo ataca cuando sale de su casa, ese loco hace esa aparición secundaria y nada más. Quise separar esta serie en cuatro relatos para no abrumar con una lectura larga, espero que funcione. Muchas gracias, Ana, nuevamente, te mando un gran abrazo.
      Ariel

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  2. Me encanta esta segunda parte que está muy bien enlazada con la primera. Ciertamente, el tipo es capaz de ponerme muy nerviosa. Esa fijaciones como la tanto cambiar las cosas de sitio, es maniático, neurótico, lo cual habla muy bien de como has conseguido captar personalidad del personaje y hacerlo llegar al lector e incluso el apodo le va como anillo al dedo.
    Muy bueno, deseando leer la tercera parte.
    Un saludo.

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    1. Sí, Mariola, este tipo es inquietante, padece de TOC y de algún otro trastorno, veremos qué es capaz de hacer y hasta que punto llega. Me alegra saber que pude hacer llegar la personalidad del personaje al lector, es muy alentador que me lo digas tu. Y por supuesto, encantado de saber que esperas el próximo relato. Es un placer que hayas pasado por aquí. Yo también te mando un gran saludo.
      Ariel

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    2. Siento (nos haces sentir) una tremenda empatía con el protagonista de tu relato, Ariel, y no es necesario ser él para entenderlo, ni siquiera ser como él…, ni estar loco, pero claro, comienzas exponiendo su herida a los ojos del lector y es inevitable sentir piedad por él…y además nos hace reflexionar sobre el dolor y los miedos, algo a lo que cualquier ser humano teme, nos muestras su debilidad, que en definitiva son las nuestras….aunque él insista en que no es su caso. En cenicero es la herramienta que se sirve el autor para hacernos divagar con él, nos lleva al epicentro (casi hipocentro) de sus obsesiones especiales y espaciales (luego vendrán las ventanas…o cualquier otro objeto) Nos haces fijarnos en los detalles, muy de cerca, una lupa sobre el cenicero de chapa viejo y deformado, y hasta la duda (tan humana) de no saber si es de aluminio hace que el cenicero sea tan real que por un momento el lector focaliza la atención en el cenicero en vez de en quien nos lo muestra.
      Un diálogo natural (de nuevo porteño fácilmente entendible para los que hablamos la lengua castellana) Subyace una patología persecutoria, esto lo podría dictaminar fácilmente nuestra compañera psicóloga Ana Madrigal y en la que se ve la información precisa que has utilizado sin alardes, con la misma naturalidad de los diálogos.
      El abrir ventanas “en su cabeza” a mí me ha conmovido o removido. Mi profe de Yoga siempre nos dice que visualicemos ventanas abiertas y que sintamos el aire entrando por ellas (le voy a enseñar este relato)
      Siento piedad por él y una admiración tremenda por tu forma de contar Ariel.

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    3. ¡Ah mira...ya lo dijo Ana! Tintes paranoicos.

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    4. Qué bien lo has leído todo Isabel, es reconfortante saber que me lo digas tú. Sin duda este personaje se me ha metido en el cuerpo, o a la inversa: este personaje debe estar sacando cosas de mi que, hasta yo, cuando las escribo no me doy cuenta ¿Cuánto hay de lo que escribimos de cierto, de vivencias propias? ¡Qué pregunta que me hago, y cómo esquivo contestarla!
      Es cierto que he estado indagando acerca de las características de este trastorno obsesivo compulsivo, pero también es cierto que tengo un interés previo manifiesto, una “seducción” por estos desvíos de la conducta, por la marginalidad social en que se ven cotidianamente afectadas las personas que padecen de las “enfermedades” mentales (recuerdo las lecturas del Foucault de “Vigilar y castigar”, de “La historia de la locura en la época clásica”, de Freud, de Jung, de tantos otros), es un tema recurrente en mí el de la “locura”, ya sea en forma metafórica o explícita.
      La obsesión por el orden, las compulsiones, la leve analgesia congénita que padece (es un indolente, sufre la compulsión por quemarse con el cigarrillo para sentir) creo que fueron las primeras cosas que fueron apareciendo en estos relatos, en forma espontánea a medida que se desarrollaban. Luego las fui puliendo con información más específica para asegurarme de ciertos detalles que habían surgido en el texto y de los cuales dudaba o no conocía. Así se fue gestando todo en estos cuatro relatos. Las ventanas, las ratas, también surgieron de entrada.
      Mira, te digo esto porque es alentador saber de las coincidencias entre lo que tú has percibido al leerlo y lo que yo he querido trasmitir, y eso me halaga.
      Por ahí he escrito, en un comentario, algo acerca de lo que pensaba Barthes sobre el proceso literario, eso de que las ideas escritas no son propias, sino que abrevan en una cultura preexistente, en la que está inmerso el autor, y cuando aparece el lector, la voz del autor desaparece y cada uno le dará una posible interpretación al texto, lo cual es cierto. Pero yo creo que el autor no desaparece del todo, es muy bueno por eso que en tu comentario aparezcan estas coincidencias que te menciono, porque me siento reconfortado, cuantas más concordancias haya más cerca voy a estar, creo, de sentir que se trata de algo escrito por mí.
      Al mismo tiempo es muy interesante lo que dices de la piedad porque en ese caso es la mirada del lector la que prevalece, creo, porque lo ve de fuera, claramente, algo parecido a lo que pasa con el consuelo. No es que estoy seguro de todo lo que digo, sino que trato de dejarme llevar por mi intuición más que por un análisis racional de la cosa. De todos modos, me arriesgo a plantearlo así, es tan bueno el comentario que has hecho que me atrevo a escribir esta digresión, tú sabrás perdonarla. Muchas gracias por dejarme estas líneas, Isabel, te mando un cariñoso abrazo.
      Ariel

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    5. Te contesto Ariel. Acabo de leer el resto de los comentarios, con los que coincido.
      Tú y yo, o vos y yo, tenemos cosas en común, la manera de sentir, y la manera de contar y una intuición creo que certera en la elección de nuestros personajes (ahora me encuentro en fase Lucía jeje), me siento identificada contigo cuando te leo. También tengo cierta querencia por los personajes que llamo "esquinados"...locos, borrachos, desgraciados, desubicados que diriais vosotros..., son un perfil litarario que me apasiona (leer y escribir sobre ellos)
      Oye, que me encantan tus disgresiones. Otro cariñoso abrazo para tí. Hasta pronto compañero.

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    6. Gracias Isabel!! Ahora voy por tu Lucía, a ver como andan sus cosas.

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  3. Hola Raúl,
    He empezado por este segundo relato.
    Tengo que comentarte que me encanta y me parece muy interesante cómo documentas tus relatos, haces un gran trabajo y eso hace que consigas imprimir carácter a tus personajes porque sus "manías" son fácilmente identificables y las describes tan bien que consigues que se empatice con los personajes, que se sienta el dolor y la humillación de ese tipo, que a pesar de todo no se hace antipático y eso, es una gran cualidad: conseguir que el lector empatice incluso con tipos raros, esos que son los más difíciles.

    Bien hecho.

    Hoy no tengo mucho tiempo, me pasaré a leer en otro momento el primer capítulo.

    Saludos

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    1. Muchas gracias Conxita, por pasarte por aquí. Muchas gracias por las cosas bonitas que me dices. Sabes, me agrada mucho que te haya encantado este personaje complejo, y me pone muy bien que te interese seguir con el otro relato. Tómate tu tiempo, Conxita, la puerta está siempre abierta y no hay apuros por aquí. Te agradezco el comentario y te mando un gran saludo.
      Ariel

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  4. continúas con esta serie de relatos introspectivos donde te adentras en la personalidad perturbada del protagonista. Consigues introducirnos en su mente a través de sus acciones, también de sus reflexiones, y nos das pistas sobre una infancia que debió marcarlo ya de ese modo. Adivino un gran trabajo de documentación detrás de esta serie de cuentos, algo de agradecer por parte de tus lectores. Sólo al final introduces el personaje de Lucrecia, y la misión que emprenden juntos es de lo más estremecedor. Siento curiosidad por saber como acaba todo. Un abrazo Ariel.

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    1. Hola Jorge. Así es, como tu dices, me ha pasado que al terminar el primer relato me sedujo este personaje en el podía colocar entre sus trastornos algunas reflexiones que nos tocan a todos, solo que a él de un modo más exagerado. Y también, como tu dices, he tenido que "investigar" acerca de ciertas características de comportamiento, síntomas, etc., lo que me ha insumido bastante tiempo pero lo he hecho con gusto. Gracias por dejar tu comentario. Te mando un gran abrazo.
      Ariel

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  5. Veo un lugar muy interesante para explorar y escrito en "argentino", lo que me entusiasma aún más. Volveré con tiempo, me gusta leer tranquila y ahora el laburo reclama.
    Abrazos.

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    1. Mirella, me alegro que te entusiasme leer en argentino. Sos bienvenida a este sitio, tomate el tiempo que sea necesario, aquí no hay apuro, las puertas están abiertas las veinticuatro horas del día y podés comentar con toda confianza. Como decís vos, el laburo es lo primero, sobre todo en estos tiempos. Otro abrazo para vos.
      Ariel

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  6. Para Marimoñas:
    Mari, te respondo por aquí a tu comentario de TR porque, aunque se refiere al próximo relato, “Lucrecia”, también aplica a éste, y además me dices algunas cosas interesantes que me mueven a una respuesta más larga. Creo que todos compartimos los rasgos que tiene este personaje neurótico, creo que podemos reconocernos en los síntomas en mayor o menor medida. Los hemos sentido alguna vez, por eso nos inquietan, nos preocupan, nos alteran, aunque se trate de un relato de ficción. Son comportamientos que forman parte de nuestra condición humana, algunos pensadores han dicho que anidan en nosotros desde los estadios más antiguos del proceso evolutivo de nuestra especie. He tenido largas charlas con muchos psiquiatras, algunos de ellos también adhieren a esos pensamientos.
    Nuestra sociedad tiende a estigmatizar a las personas con trastornos psíquicos, y en la actualidad los congresos de psiquiatras tienden a realizar campañas para revertir esto. El miedo a estas conductas se basa en el desconocimiento. Hay personas que tienen trastornos que pueden ser peligrosos para los demás, es cierto, pero eso también les pasa a personas que no los tienen, las personas “normales” se pueden convertir también en asesinos.
    Me sedujo siempre, desde que era adolescente, escribir sobre el tema de la locura, así como sobre los trastornos psíquicos, sobre las conductas “anormales”. En cuanto a la diferencia con otros personajes, si te fijas bien, Mari, entre los anteriores encontrarás a Gabriel, “El loco de la jaula”, “La mafia de los estorninos”, “Hasta que el esplendor se marchite”, que ya entraría en la galería de los que padecen enfermedades psicóticas, Gabriel es un “esquizofrénico”, o sea un verdadero “loco”. Sin embargo, es verdad, ahí la diferencia estaría en que lo retrato en la faceta lírica, en la posibilidad que nos da la Literatura de la locura como metáfora.
    Me ha interesado mucho el comentario que me has dejado, Te mando un gran abrazo.
    Ariel

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    1. Sí es cierto: casi todos, por no decir todos, tenemos nuestras "neuras" que de cuando en cuando nos invaden más de lo debido. Por eso resulta inquietante ese personaje. Perdona la tardanza en responder, pero estaba en fase de bajón, dudas y aislamiento. Un abrazo.

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    2. Yo también paso por esas fases. Ojalá las tuyas se disipen pronto. Es una alegría que hayas pasado por aquí, sabes que puedes tomarte todo el tiempo del mundo para responder, yo siempre estaré atento cuando dejes unas líneas. Te mando un afectuoso abrazo Mari.
      Ariel

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  7. Escribe genial, Ariel, ya me estoy enganchando a tus relatos.

    Te felicito por tu maravilloso trabajo.

    Muchas gracia por tus comentarios en mi blog.

    Un beso.

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    1. Muchas gracias María, tu también lo haces muy bien, me gustan mucho tus poemas, tu estilo, estaré pasando por allí con gusto.
      Un beso.
      Ariel

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  8. Hola, mi querido colega y amigo de letras Raúl, ya por fin he podido acabar con mis tareas habituales y dedicarte el tiempo que te mereces.
    La documentación e investigación acerca de la personalidad del protagonista con la que te has ayudado luego para darle forma en tu relato, me parece muy loable y lo destaco en primer lugar, además tienes también la opinión de una psicóloga y escritora que lo corrobora al principio de estos comentarios, por consiguiente representa un buen logro en tu trabajo.

    Segundo punto que quiero comentarte es la ambientación o el clima donde se desarrolla la historia: lo encuentro adecuado y te aconsejo que no pierdas de vista que dichas escenas siempre deben tener ese punto de desagrado o rechazo en el lector, es decir, que le transmitan el hedor del ambiente, el desorden, la oscuridad y si se vuelve mortecina mejor. También me ha gustado que lo vistas de negro y que vaya desaliñado.

    Tercer punto, la trama, que de momento me parece genial. Estaré expectante respecto a la tercera parte con objeto de comprobar si no pierde cohesión con las dos partes anteriores cuando incorpores a ese segundo personaje: Lucrecia, que por lo que ya has narrado al final de esta parte, supongo que debe tener también otra personalidad enfermiza que empatiza perfectamente con este psicópata y más o menos es su cómplice... ¿cierto?...

    Finalmente esos diálogos introspectivos del protagonista son muy interesantes y ayudan al lector a comprender mejor al personaje, de ahí que nos pueda resultar un tipo agradable o enternecedor, pero ¡claro! esto es otro truco del escritor para que soportemos a este psicópata, ya que me temo que carece de escrúpulos y nos va a traer sucesos nada agradables. Es evidente que aunque enfermo sigue siendo un ser humano y es evidente que ha debido sufrir traumas en su infancia y le han creado esta personalidad esquizofrénica.

    Se me olvidaba también decirte que hay palabras en porteño que no conocía, pero que me han resultado fáciles de "traducir".

    Un gran placer disfrutar de tu segunda parte del relato y quedo lo suficientemente intrigada como para regresar a la siguiente.

    Un beso.

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    1. Estrella. Quiero agradecerte el tiempo que te haces entre tus quehaceres para venir a comentar mi relato, eres muy generosa.
      Tengo la fortuna de recibir buenos consejos. En este caso de una profesora de Lengua y Literatura como tú ¡Nada menos! Tal vez lo más interesante que tenga el blog sea esto, lo que yo más valoro, estas recomendaciones que me acercan todos los buenos escritores que vienen aquí, por eso siempre les digo, como a ti, que son bienvenidos. Esto es lo que me permite aprender, reflexionar, afirmar mis fortalezas y modificar mis debilidades, mis errores.
      ¡Ah! Ni que fueses adivina: ciertamente Lucrecia es perversa, veremos si es el personaje adecuado. Y también, tienes mucha razón acerca de este neurótico, es humano, tiene trastornos psíquicos, pero su problemática existencial lo acompaña como a cualquiera de nosotros.
      Me alegra que se pueda leer el texto a pesar de expresiones o términos del habla cotidiana de esta ciudad, mi querida Buenos Aires, lo cual ha salido así de entrada, naturalmente. Luego, en las sucesivas correcciones lo he suavizado, pero hasta el límite de que no pierda ese localismo. Un lector, de España por caso, tal vez abandone la lectura si se le ponen muchas trabas, si se encuentra con muchas palabras extrañas, no puede estar leyendo con el diccionario al lado, se aburre, se cansa. Y yo sé que la mayoría de ustedes son españoles, algunos afortunadamente como tú, conocen o perciben el significado, pero otros no. Me pondría triste que por ese motivo sea descartado. He puesto cuidado en ello.
      Estrella. Me ha puesto muy contento todo lo que dices, me agrada mucho que estés esperando la continuación, me alegra mucho, en fin, tenerte por aquí.
      Un beso.
      Ariel

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  9. Con un personaje así te da para que protagonice unos cuantos relatos más, hasta te diría una novela.
    Sabés describir sus manías muy bien a través de actitudes, gestos. Me gustó mucho eso de que no siente el frío y se queda junto a la ventana abierta, mientras sigue abriendo ventanas en su mente que no descansa nunca.
    También me parece estupendo que crees un clima de suspenso hacia el final con la aparición de Lucrecia en ese llamado telefónico que deja al lector con la intriga.
    Un placer de lectura y nos encontramos en la próxima.
    Abrazo, Ariel.

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    1. Me alegro que te gusten estos relatos, Mirella, que puedas ver en ellos todas las obsesiones y trastornos que tiene el tipo, su indolencia, y que percibas el clima. Está muy bueno que me digas que te pude trasmitir lo que quería, en definitiva creo que escribimos para lograr que se despierte una emoción en el que nos lee. Es un gusto para mí contar con tu comentario. Un abrazo.
      Ariel

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  10. Enganché el primero con éste, para no perderme, el personaje neurótico-paranoico que relatas me encantó, si en verdad contasen las personas sus peripecias, más de un@ se parecerían en obsesiones y trastornos, sin contar las divagaciones existenciales, puesto que nos adentramos en temas psicológicos y eso se lo dejaremos a los entendidos en la materia.

    Por supuesto, me encanta como enebras el contenido.

    Un abrazo, Ariel.

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    1. Muchas gracias Yayone, me alegro que te haya gustado este relato, con un personaje con tantos trastornos, tan complejo. Algun@s, como tú dices, se verán reflejados en algunos comportamientos propios. Y es cierto, ¿verdad?, porque todos somos personas y es por eso que a pesar de ser un relato de ficción podemos entenderlo o interpretarlo.
      Eres una persona muy intuitiva y además cuentas con la dosis de sensibilidad suficiente, la de las personas que saben bucear en el alma humana. Me lo has trasmitido, lo he leído en tu hermoso sitio lleno de rosas negras. He dejado un comentario allí, en uno de tus poemas, pero se ha perdido porque estaba en "refacciones", ahora he visto que está renovado. Estaré por ahí leyendo tus hermosos trabajos, visitando tu casa nuevamente (ahora con gotas de lluvia, o de rocío).
      Muchas gracias por venir hasta aquí y dejar estas líneas. Te mando un afectuoso abrazo.
      Ariel

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  11. El rata es un personaje al que se le puede sacar mucho partido por su personalidad de gato solitario y neorótico. Iré viendo el desarrollo de su personalidad a lo largo de la serie.

    Un abrazo.

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    1. Me gustó lo de gato solitario neurótico. Me alegra que tengas la intención de seguir sus pasos. Un abrazo Jonh.
      Ariel

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