La mafia de los estorninos



Gabriel no es ciego, pero todos lo conocen por su apodo Tiresias porque habla con los pájaros. Vive en una casona de San Telmo y logró, una mañana, convencer a todo el clan mafioso con pruebas contundentes de su habilidad.

Los estorninos levantaron vuelo desde los suburbios de La Plata elevándose sobre el río, y el grupo reunido en la azotea de la construcción pudo ver la bandada enorme de aves negras formar el dibujo de un corazón en el cielo, volando hacia el oeste. 

Con esa demostración comenzó la operación mafiosa más recordada por las mujeres de la ciudad. Esta desmesurada metrópolis agregó, entonces, otra mágica historia a las muchas que ya tiene. 

Los miembros del clan efectuaron un relevamiento de las muchachas enamoradas que residían en la zona del Bajo, haciendo posible el plan magnífico que llevaron a cabo los pájaros.

Tiresias fue el encargado de hablarle a las aves cuando regresaban a sus nidos en el atardecer del viernes. Fue preciso en la indicación de los domicilios donde debían extraer y donde debían inyectar, fue exacto para lograr que a cada dormitorio llegara solo uno de esos animalitos. Los picos de miles de estorninos participaron del operativo, guiados por sus palabras.

Y, a la madrugada, colmaron el aire, en penumbras todavía, con sus espectaculares vuelos sincronizados. Las personas que estaban despiertas debido a sus oficios nocturnos pudieron ver la danza poética con la que ascendieron formando una mancha gigante que ondulaba como una bandera. Y los vieron cubrir el cielo de la ciudad, luego descender de las alturas y después desaparecer entre los techados para penetrar a través de las ventanas abiertas de las alcobas. 

Los pájaros lo hicieron bajo la consigna de no hacer ruido, de ser cuidadosos al apoyar las uñas rapaces de sus patas, de hincar en modo suave sus aguijones amarillos en los cuellos de las mujeres dormidas, de succionar la hormona de las zonas más profundas del cerebro con la misma delicadeza que lo hacen las abejas, teniendo cuidado de no despertarlas con sus rústicos picos.

Realizaron esa mañana, entonces, una extracción de oxitocina de las que estaban locamente enamoradas y la inyectaron a las que padecían de tristeza, de falta de sensualidad, de ausencia de placer, aun con el hombre más encantador. El procedimiento fue un éxito.

La tibieza de la luz que se coló por la ventana acarició los ojos de la primera mujer. Ella separó los brazos debajo de las sábanas y llevó sus manos hacia sus párpados. Unos segundos después recién advirtió el leve dolor en el cuello.

Había tenido un sueño extraño, se había despertado con el corazón rebosante de un júbilo que no podía explicar. Se podría decir que el amor le había tomado toda el alma. Una amplia sonrisa le iluminó el rostro. 

Miró al muchacho que dormía plácidamente a su lado, le tomó la cara entre sus dedos para despertarlo y, cuando él la miró, sintió una atracción dulce y la voraz intención de preguntar a qué se debía este momento de gloria.

Y si todo fue alegría para ellas en ese día, entonces, ¿dónde estuvo el crimen de esa mafia?
 
Fue en el odio que se desató en las mujeres que perdieron novios y amantes y en algo peor aún, que fue haber sentenciado a Buenos Aires a sufrir la eterna melancolía que padecerá para siempre.

Es el día de hoy que todos los años se realiza un conjuro multitudinario con aguardiente y granos de café para que los estorninos regresen a devolver la felicidad.



Este cuento, publicado en el sitio web "El círculo de escritores" (sept. 2016)  y ganador del "relato de oro" pertenece al libro El sonido de la tristeza.