Fantasmas



Escribir ficción, a veces, libera fantasmas que nos habitan sin saberlo y somos nosotros quienes e
ntonces en una resistencia no del todo firme atinamos a espantarnos, o al menos a tomar distancia, alejándonos del mundo imaginario que hemos creado, como quien sufre una pesadilla. 

Uno quiere hundirse en el lodo y dormir cubierto de barro, en silencio, porque el silencio es más poderoso sin duda que el barullo generado por tanta cosa demoníaca o alucinada que ha venido, sin que la llamen, a despertar los miedos o quizás las culpas que mueven el lápiz, con una precisión de cirujano, ejecutando una operación inesperada que nos muestra la podredumbre oculta en nuestro hueso o algún tumor que necesita ser amputado. 

Es así que los escritos se vuelven indecentes o se pudren en los estantes porque, por temor tal vez, abortamos estas ideas que irrumpen como un impulso tóxico dentro de la mente o como un tajo emocional, sin sustancia ni sangre, ya que no son literatura sino el esperma apresurado de nuestra naturaleza animal. Y uno no es un monstruo. Y además debe protegerse para no caer en la locura.



Este relato, publicado en la revista "Nüzine" (MEDIUM, dic. 2019) pertenece al libro todavía no publicado Lana hueca.