Era noche de luna y la superficie del lago estaba tensa como la piel de las ciruelas, parecía un mar redondo, una pupila recostada al sereno, y más allá por algún lugar secreto de los bordes, los arroyos exhaustos, con el paladar seco, llegaban desde los campos trillados al sumidero triste, casi en voz baja, con la sencillez de su gorgoteo tímido, modesto, introvertido.
La brisa soplaba hacia alguna parte y el aire vibró abrazado a las ramas de los árboles. Los tallos inquietos cimbraron, y luego, se pusieron firmes en tanto momias obedientes en formación militar paralela a la costa, hasta que las osamentas blancas terminaron de silenciarse en los nudos de los sarmientos.
Entonces, los granos de sal de la playa, helados, filosos, lastimaron las patas súbitas, lineales, entecas, magras, de los flamencos, quienes exudando gotas de sangre debieron meterse rápidamente en la laguna.
Recuerdo, María, que bajamos juntos a mirar la quietud del agua. Las frases del silencio deambularon por vaya a saber qué laberintos de tu fatiga sin encontrar la palabra justa, precisa y adecuada, sin definirse en sonidos, ni siquiera un balbuceo bordando el escote de tus labios mudos. Seguro no te entendí y por eso te imploré, te rogué, te supliqué, por un resquicio de calor que me tocara el corazón con el dedo de la ternura, pero tu alma permanecía congelada desde los días ajados por anteriores desencuentros.
Los peces de la laguna estaban dormidos en el limo oscuro del fondo, o escondidos entre los corales, muertos de miedo por el dolor que vinimos a traer a la orilla.
En la colina suave, al otro lado, donde un grupo de frutales aguardaba la llegada del amanecer, un durazno se estrelló contra el piso partiéndose en mil pedazos y el carozo rodó hasta encontrarse con los cascotes del sendero. Un zorro, al oír el ruido, se escapó a través de los pajonales. Una estrella se moría en el cielo, agonizaba perdiendo el brillo, era una sensación terrible.
Yo, a pesar de todo, podía ser un idiota capaz de enamorarme y todavía soñaba la vida en los versos de un poema. En cambio, tu alma se secaba, irremediablemente, como la savia de esos troncos petrificados, corroídos por la sal. La astilla de la desconfianza aún te lastimaba mucho y deseabas mantenerte lejos de los engaños de la soberana tontería de la seducción. Para vos el amor había sido una maldita confusión solo eficaz a fin de cancelarte las lágrimas.
En silencio observamos el trabajo del agua: la baba de espuma iba y venía, la caricia húmeda raspaba la grava salina de la playa. Oímos el zarandeo de los juncos y el salto apresurado de las ranas temerosas y, recién nacido, el canto escandaloso de los grillos sobre la pelusa verde de la loma.
Un mundo se atrevía a cantar en la respiración del aire y no alcanzaba. Éramos dos dolores diferentes esperando no sé qué señales bajo el cielo estrellado.
Y no llegaba ninguna, María.
Una pena.
Este relato, publicado en la revista literaria "Vestigium" (MEDIUM, jun. 2019) pertenece al libro Fotos viejas.
¡Un texto breve y contundente! Lo desarrollaste de afuera hacia adentro, primero las descripciones precisas del entorno, para después meterte en el alma de los dos personajes.
ResponderBorrarMuy bueno, Ariel.
Un gran abrazo.
Sí, tal cual, Mirella. Me alegra que te haya gustado.
BorrarUn abrazo grande.
Ariel
Muy buen micro. En ningún momento te intimidan las descripciones y recurres a ellas con maestría. Y algo que vengo notando en tus últimos textos: escribes prosa poética pero no parece prosa poética. De allí que hablo de "maestría" querido Ariel. Tal vez el "vos" deberías haberlo reemplazado por el "ti". A mi no me cierra del todo. Pero bueno, somos argentinos y esto da para un muy largo y extenso debate. Fuerte abrazo escritor. Muy buen trabajo.
ResponderBorrarEs verdad, Néstor, somos argentinos. Muchas gracias por tus elogios, son muy generosos y hacen mucho bien. Yo también te mando un abrazo fuerte.
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¡Hola Raúl!
ResponderBorrarSe aprecia muy a las claras la elección de este lenguaje simbólico que nos ofrece la Poesía para embellecer las descripciones, con las que siempre enriqueces fluidamente tus textos.
Los sentimientos amorosos son tan complejos, que no siempre ocurre que ambas partes estén abiertas a la esperanza, como así sucede en tu bello y conciso texto poético.
Un placer visitarte de nuevo.
¡Hola, Estrella! La Poesía, para mí, es el escalón más alto de la Literatura, imagínate qué bonito que suena esta palabra a mis oídos. Es un placer que me hayas visitado y me dejes un comentario tan lindo.
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Sin duda es poesía en estado puro. No es necesario ¡ni falta que hace! que rimen las palabras. Tus palabras, amigo Ariel, llegan y se queda, incluso después de leerlas, resonando como si fueran ecos de campanas. Tal cual.
ResponderBorrarViniendo de ti los elogios a este pequeño texto conmueven mucho. Muchas gracias, Isabel, por pasar y dejarme tan lindo comentario.
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Bellísimo Ariel,... pero a mi me a impactado especialmente una frase..."Éramos dos dolores diferentes esperando una señal bajo el cielo estrellado"
ResponderBorrarEs un enorme elogio porque me hace soñar con la máxima de Isaak Bábel: el texto tiene que ser significativo, sencillo y bello, así, en ese orden. Muchas gracias por estar siempre por aquí, Norte, es un placer contar con tu palabra.
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Me gusta mucho cómo describes la situación, dos personas que han dejado de conectar, que aún estando cerca parece ser están más lejos que lo que nunca lo han estado. Tu lenguaje sutil y cuidado me ha gustado mucho.
ResponderBorrarSAludos.
Desencuentros de dos soledades interiores cuando no es el momento. Muchas gracias, Manuela, por pasar y por tus halagos al texto. Un saludo para ti.
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